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domingo, 2 de julio de 2017

Un par de rarezas. Anselmo Di Testarutto. Apotegmas contra la peste, Turín, 1935.



Anselmo Di Testarutto. Apotegmas contra la peste, Turín, 1935.

Un par de bocetos extraídos de un libro único, hallado en un viejo almacén de curiosidades, en la ciudad de Turín, en la década de los sesenta. De Anselmo Di Testarutto muy poco sabemos. Lo único que he podido recoger es que, hombre huraño, era descendiente de un ducado, añeja casta venida a menos. Aristocrático en lo que toca a saberes, era un anarquista que jamás se avino con los pocos parientes que se le conocían, herederos de una menoscabada ralea cuyos mejores años comenzaron a extinguirse a mediados del siglo 19. Vivió en un destartalado y colosal almacén, una de las pocas pertenencias que se pudieron salvar de la heredad. Cuentan que el almacén era, en realidad, un cifrado laberinto plagado de papeles, libros raros, incunables, pergaminos, papiros, monedas, armas antiguas, frescos y curiosidades. Vestía como el Conde Drácula, ataviado siempre de una larga capa negra que en las calles de Turín dejaba la estela de su rápido y decidido paso. Memoria prodigiosa, siempre oculta bajo la sombra de un enorme sombrero de mosquetero francés del siglo 15. Dicen que padecía el síndrome del Licenciado Vidriera. A todos dejaba atónitos cuando, acorralado, se dignaba a responder las impertinencias de los residentes de su ciudad. Mas, acto seguido, salía disparado en dirección contraria, reclamando que nadie se le acercara. Su libro de apotegmas salió a la luz en contadísimo tiraje, ya que fue producido artesanalmente. Enemigo acérrimo del Futurismo, del Fascismo y de prácticamente todo lo que aromara a ideología, desapareció de pronto, sin dejar huellas, a mediados de los Treinta, un lustro antes de que se desatara la Segunda Guerra Mundial.

Las anotaciones, sentencias y apotegmas que hemos recogido acá, se deben a la indulgencia del señor Wolfgang de Bayreuth, quien, al parecer, es el único ser que ha documentado la verdadera existencia de estos Apotegmas contra la peste, de Don Anselmo Di Testarutto. De Bayreuth jamás quiso decir cuál fue el paradero del laberinto de papeles que perteneciera a Don Anselmo. Dejamos aquí una rareza. Del ramillete de anotaciones que amablemente nos cediera el señor de Bayreuth, siempre me ha llamado la atención una glosa que, más que apotegma, sentencia o semblanza, se aproxima al “telaje” del poema, por querer casar, a la fuerza, el celaje con la tela. Lo dejamos acto seguido y luego agregamos otra anotación segada de la referida colecta.
Salud!
lacl

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Siglo XVII.
A la luz de la llama de una vela.
Silencio y oscurantina.
La lluvia es el concierto
que pone los acentos de armonía
a esta reiterada soledad
del hombre ante la noche.
Las sombras emergen de ella
cual figuras de ajedrez
velando su propia vigilia
o como un arcángel que se ha posado
sobre el mantel del sueño.
El tiempo es un océano en reposo,
sin alteradas corrientes
ni brisas que le despeinen.
El tiempo se echa en su sillón
y contempla al hombre que pasa.
Éste se engaña cuando asegura
que el tiempo le acompaña,
pues el tiempo quieto se queda
y no se apiada ni conduele
del vano intento del hombre
por querer humanizarlo todo
hasta convertirlo en cenizas.

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La lengua de los sentimientos, istmo de la sensibilidad, franja de la intuición, glotis del pálpito y de la incertidumbre, es mucho, pero mucho, más compleja o abigarrada que la lengua de la voz entonada o del verbo entusiasmado que, un buen día, se hizo palabra. Pero no lo es porque las esencias persigan -porque sí- el obstáculo o el encriptamiento como condición para el subsistir, sino porque la infinita gama de los colores de la vida, apenas si pueden ser reflejados tímidamente por nuestro afán de atar aquello que por naturaleza es inasible.

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Anselmo Di Testarutto. Apotegmas contra la peste, Turín, 1935.



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“I COMPAGNI” (LOS COMPAÑEROS)


Film de Mario Monicelli, rodado en 1963.



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