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domingo, 25 de septiembre de 2016

Apotegmas contra la peste, Anselmo di Testarutto, Turín, 1935.









…sobrevivimos, tan gráciles como las hojas de los setos, vibrando bajo los vientos de la noche…

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Hay egos que son ambulantes, mas hay otros que, para colmo, son ampulosos…
Y, entre estos, pocos no son los que se ocultan tras las humildes y desprendidas solapas de un poeta.


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¿Contra qué soy intolerante? Contra la intolerancia y los intolerantes. Enunciado abierto y riesgoso, se aventurará a decirme algún amigo que esté al tanto de lo resbaladizo que es endosar frases taxativas.  Pero no, no se trata de una frase abierta, tampoco es una nota o cheque endosado. Porque la intolerancia sólo la enarbolan, como un venablo, las almas que han sido pasto de una enfermedad que se aloja en el espíritu. Si yo no tolero un mal sabor o un mal olor, eso no es cuestión de intolerancia, sino cuestión de mero sentido, de percepción vital. Mas, cuando hablamos de intolerancia con respecto a manifestaciones humanas que se dan en estado natural o como por la mera e inmanente gracia de ser lo que nos fue dado ser, no puede resultar sino una expresión contra natura cualquier irrupción de intolerancia que surja para acallar lo que una enfermedad no está dispuesta a tolerar. 

Apotegmas contra la peste, Anselmo di Testarutto, Turín, 1935.

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