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jueves, 31 de octubre de 2013

LA GUERRA, JOSE ANTONIO RAMOS SUCRE - LAS FORMAS DEL FUEGO, 1929.




El hombre de inteligencia rudimentaria salió a cazar lejos de su llanura inundada, al empezar el día de una época primitiva.

Dirigió sus pasos a un desfiladero de origen volcánico, donde habitaban dragones crispados y aves deformes y perezosas.

Escogió, durante el trayecto, las piedras más sólidas, para armar su honda.
Emitió gritos con el mayor aliento, usando las manos a guisa de tornavoz.

Otro hombre apareció, vestido de una zamarra y aparejado a la lucha. Vociferaba desde la cima de un monte. Su rostro se perdía en el bosque del cabello y de la barba.

El combate duró, sin decidirse, un tiempo indefinido. Hilos de sangre pintaban la cara y el pecho de los rivales.

Una mujer falseó cautelosamente el pie del defensor y lo precipitó desde la altura. 

Se vengaba de una sumisión abyecta.

El vencedor la toma bajo su autoridad e impone sobre sus hombros la suma del botín. La dirige hacia la llanura por una cuesta breve.

Se despreocupa de la espalda abrumada y de los pies sangrientos de la cautiva.
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lunes, 21 de octubre de 2013

Walt Whitman, Un millón de muertos, Anotación, Días ejemplares de América (Walt Whitman, Specimen days: THE MILLION DEAD, TOO, SUMM'D UP) / Galería de fotos de la Guerra de Secesión / Benjamin Britten, Réquiem de guerra (War requiem) / DEMOCRATIC VISTAS: ENLACE AL LIBRO, EN LÍNEA


















(Esta nota ha sido escrita en Junio del año pasado, * pero se me había pasado subirla al blog)


Nota: Para leer la glosa de Whitman, ir a las imágenes de arriba, colocar el cursor sobre la que se desee leer, hacer click con el botón de la izquierda, al abrir la imagen, hacer click con el botón de la derecha, seleccionar "view image" o "ver imagen" y se activará el zoom.

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Entre los libros que más honda huella han dejado en mi alma se encuentra “Días ejemplares de América”, de Walt Whitman. Un libro conmovedor, compuesto de pinceladas y anotaciones iniciadas durante el año de 1862, en plena guerra de secesión. Es un libro al que de cuando en cuando vuelvo, para leer al azar, cual un caminante que recoge frutos por el campo en una travesía sin destino. Whitman cubrió sus libretas con vívidos bocetos de lo que le tocó presenciar durante esa conflagración homicida entre hermanos, una de las más cruentas del siglo XIX. El belicismo no es nada que el ser humano no haya practicado desde tiempos inmemoriales. Pero resulta sorprendente que, a pesar de los florecimientos civilizatorios de la humanidad, el hombre se siga mostrando como la más bárbara de las especies que pueblan el mundo.

Parece increíble que los hombres hallen tantas razones para tan empecinadamente matarse entre sí y tan pocas para disfrutar el regalo de las llanezas con que les regala la naturaleza, esa diosa a la que Alfonso Reyes nominara alguna vez como “dulzura ambiente”.



En medio de esa absurda mortandad, Whitman decidió ir al teatro de la guerra, pero no como soldado, sino como enfermero voluntario y, en buena medida, como escucha, como consolador de almas, como un imparcial observador del exabrupto. Afirmo que estas páginas suyas logran conmover a quien entregadamente las lee, con la misma potencia que puede alcanzar el más iluminado de los poemas.

Notas de naturaleza contemplada, estertores de un soldado malherido, la íngrima silueta de Lincoln a la luz de la luna, sangrientos cuadros de guerra o pinceladas post mortem. Una de ellas, la intitulada “Un millón de muertos”. Lo que parece, en un principio, un ejercicio de enumeración caótica, va tornándose de repente en un río de batallas y de seres inmolados. El épico zigzag de un carrusel plagado de fantasmas y seres anónimos. Hubo una época de mi vida en que acostumbraba llevar ese libro bajo el brazo y, al menor descuido, leerle esa cuartilla a un desprevenido amigo (creo que he de volver a tal costumbre). Tal era mi necesidad de comunicar esa develadora palabra. No soy misionero. Pero creo firmemente que debemos combatir la humana sinrazón que avasalla al ser humano.

No he transcrito la glosa. Me he limitado a pasarla por un scan y agregarla a este álbum de imágenes de la guerra de Secesión. Espero que sea legible para quien (albergo esa esperanza) pueda sentir la perentoria necesidad de leer ese texto. Lo hago impulsado por dos razones o, mejor, tres: dos patentes y una subyacente. Una, porque me hallo inmerso en la lectura de la novela Lincoln, de Gore Vidal, extraordinaria. Dos: porque, al unísono, un amigo me envió un enorme archivo de fotos de la Guerra de Secesión en los EEUU, del cual sólo agrego acá una mínima parte. Y tres, porque esos dos eventos, aparentemente casuales, han venido a reiterar tantos años de sentida admiración por ese libro de Whitman, por el alma humana allí representada y porque, en el fondo, corrobora nuestra creencia de que pocas cosas en el universo simbólico del ser humano llegan a ser casuales.

lacl
* 06/06/2012

Post scriptum, 30 de Mayo, 2019. Agregamos la glosa en su lengua original...


THE MILLION DEAD, TOO, SUMM'D UP

The dead in this war — there they lie, strewing the fields and woods and valleys and battle−fields of the south — Virginia, the Peninsula — Malvern hill and Fair Oaks — the banks of the Chickahominy — the terraces of Fredericksburgh — Antietam bridge — the grisly ravines of Manassas — the bloody promenade of the Wilderness — the varieties of the strayed dead, (the estimate of the War department is 25,000 national soldiers kill'd in battle and never buried at all, 5,000 drown'd — 15,000 inhumed by strangers, or on the march in haste, in hitherto unfound localities — 2,000 graves cover'd by sand and mud by Mississippi freshets, 3,000 carried away by caving−in of banks, — Gettysburgh, the West, Southwest — Vicksburgh — Chattanooga — the trenches of Petersburgh — the numberless battles, camps, hospitals everywhere — the crop reap'd by the mighty reapers, typhoid, dysentery, inflammations — and blackest and loathesomest of all, the dead and living burial−pits, the prison−pens of Andersonville, Salisbury, Belle−Isle, (not Dante's pictured hell and all its woes, its degradations, filthy torments, excell'd those prisons) — the dead, the dead, the dead — our dead — or South or North, ours all, (all, all, all, finally dear to me) — or East or West — Atlantic coast or Mississippi valley — somewhere they crawl'd to die, alone, in bushes, low gullies, or on the sides of hills — (there, in secluded spots, their skeletons, bleach'd bones, tufts of hair, buttons, fragments of clothing, are occasionally found yet) — our young men once so handsome and so joyous, taken from us — the son from the mother, the husband from the wife, the dear friend from the dear friend — the clusters of camp graves, in Georgia, the Carolinas, and in Tennessee — the single graves left in the woods or by the road−side, (hundreds, thousands, obliterated) — the corpses floated down the rivers, and caught and lodged, (dozens, scores, floated down the upper Potomac, after the cavalry engagements, the pursuit of Lee, following Gettysburgh) — some lie at the bottom of the sea — the general million, and the special cemeteries in almost all the States — the infinite dead — (the land entire saturated, perfumed with their impalpable ashes' exhalation in Nature's chemistry distill'd, and shall be so forever, in every future grain of wheat and ear of corn, and every flower that grows, and every breath we draw) — not only Northern dead leavening Southern soil — thousands, aye tens of thousands, of Southerners, crumble to−day in Northern earth. And everywhere among these countless graves — everywhere in the many soldier Cemeteries of the Nation, (there are now, I believe, over seventy of them) — as at the time in the vast trenches, the depositories of slain, Northern and Southern, after the great battles — not only where the scathing trail passed those years, but radiating since in all the peaceful quarters of the land — we see, and ages yet may see, on monuments and gravestones, singly or in masses, to thousands or tens of thousands, the significant word Unknown.
(In some of the cemeteries nearly all the dead are unknown. At Salisbury, N. C., for instance, the known are only 85, while the unknown are 12,027, and 11,700 of these are buried in trenches. A national monument has been put up here, by order of Congress, to mark the spot — but what visible, material monument can ever fittingly commemorate that spot?)


W. W. Specimen Days






















Benjamin Britten, Réquiem de guerra (War requiem)



DEMOCRATIC VISTAS: ENLACE AL LIBRO, EN LÍNEA...


martes, 15 de octubre de 2013

Ramos Sucre traducido… Versión de Guillermo Parra



Prelude

I would like to exist amid empty darkness, because the world damages my senses cruelly and life afflicts me, impertinent lover whispering bitter stories. 

By then my memories will have abandoned me: now they flee and return with a rhythm of ceaseless waves, they are wolves howling in the night shrouding desert snows.

Reality’s disturbed symbol, movement respects my fantastic asylum; moreover, I will have scaled it with death at my arm. She is a white Beatrice, and, standing on the crescent of the moon, she will visit my painful sea. Under her spell I will repose forever and I will no longer lament offended beauty or impossible love.
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(from Timon’s Tower, 1925)
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Published with the consent of the translator and author of "Jose Antonio Ramos Sucre Selected works", Guillermo Parra.
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José Antonio Ramos Sucre, Selected Works, translated by Guillermo Parra (prologue by Francisco Pérez Perdomo)
Printed in the United States of America
José Antonio Ramos Sucre
ISBN for Print: 978-1-60801-090-5
ISBN for E-book: 978-1-60801-091-2
Library of Congress Control Number: 2011944950
Copyright © 2012 by UNO Press

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Nota: Y aquí agregamos el texto en su versión original. Siempre hemos pensado que pocos textos pueden hacer tanto honor a su título, como lo hace esta glosa poética de Ramos Sucre.
 lacl
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Preludio, José Antonio Ramos Sucre

Yo quisiera estar entre vacías tinieblas, porque el mundo lastima cruelmente mis sentidos y la vida me aflige, impertinente amada que me cuenta amarguras.

Entonces me habrán abandonado los recuerdos: ahora huyen y vuelven con el ritmo de infatigables olas y son lobos aullantes en la noche que cubre el desierto de nieve.

El movimiento, signo molesto de la realidad, respeta mi fantástico asilo; mas yo lo habré escalado del brazo con la muerte. Ella es una blanca Beatriz, y, de pies sobre el creciente de la luna, visitará la mar de mis dolores. Bajo su hechizo reposaré eternamente y no lamentaré más la ofendida belleza ni el imposible amor.

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La Torre de Timón, 1925.