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lunes, 30 de mayo de 2011

Breve nota al margen de todo.























Breve nota al margen de todo.

Hoy se ha revelado que las emisiones tóxicas que la especie humana lanza a la estratósfera han batido record durante el año 2010, con un total de 30.000 millones toneladas, sumando un 5 % más de gases tóxicos que los emitidos en el año 2008, hasta ahora el año “galardonado” con el dudoso premio de haber sido el más tóxico de todos los tiempos.
Pero quisiera comentar brevemente una nota emitida por los noticieros españoles, con la que se demuestra el desatino en que viven sumidos los entornos del poder, esas minorías que, a fin de cuentas, son las que han decidido y siguen decidiendo el destino del ser humano y del planeta. Las autoridades de España informan haber bajado en 11% las emisiones de gases tóxicos el año pasado. Gesto que todos deberíamos aplaudir y abogar para que otros gobiernos del mundo imitaran.

Pero lo que no resulta tan halagador es que ese porcentaje de rebaja lo hayan vendido, sí, tal como suena: vendido, al mejor postor en los mercados de las empresas contaminantes. Ventas que produjeron un ingreso de 403 millones de Euros al fisco español. La UE establece un tope de emisiones de gases a los diferentes países que la integran. Y es halagador que se impulsen programas para erradicar las inversiones en generación de energía que son contraindicadas para la salud y la preservación de la vida. Pero si, a la vez, sus normativas permiten que los excedentes tóxicos reducidos por cada país sean vilmente negociados en una pecuniaria mesa de vampiros, ¿de que valen la pena tales esfuerzos? De sobra se ve que es un saludo a la bandera y que a los gobernantes de la hora, tan sólo les interesa cómo marchan sus negocios y muy poco piensan en los hijos de sus hijos.
Por enésima vez citaré a Thoreau: “…El mejor gobierno es el que no gobierna nada…” No pretendo decir que al hombre le va a ir mejor viviendo anárquicamente, a la manera en que se ha querido dar a entender esta palabra desde los cenáculos de poder. Se ha querido vender la tesis de que la anarquía es el desorden. Pero todos nos deberíamos preguntar: ¿frente a qué orden de cosas resulta ser un desorden el estar en desacuerdo ante las injusticias o desatinos de las minorías gobernantes?, ¿frente a qué orden de cosas resulta ser un desorden el oponerse a un canon de vida que llevará, no sólo al hombre, sino a toda manifestación de vida a una hecatombe?

Hay que detener la locura de un desenfrenado progreso que no nos lleva sino al borde de un abismo. No estoy afirmando que hay que volver a vivir como en la era del Australopithecus; ni siquiera que intentemos emular lo aconsejado en un pasaje del Ta Te Ching, en el sentido de no tomar en cuenta lo que hacen los pueblos vecinos, toda vez que la superpoblación pende sobre el cuello de la civilización como una “espada de Damocles”, amenazando con transfigurarse en un detonante del que muy pocos quieren percatarse. Ese es un aspecto sobre el que todo ser humano tendrá que pensar, si es que tiene un mínimo interés por el prójimo.

Lo cierto es que hay que hacer un alto en el camino. Y como los gobiernos, absolutamente  todos muy bien presididos por Mammon, dios del dinero, no van a sacar el pie del acelerador, ha de ser el común de la gente, los hombres de a pie, quienes les obliguen a detener los molinos de la demencia.

El sentido común yace en el seno de la ciudadanía, no en las bruñidas antesalas de palacio.







Sobre la perversión del uso de la ciencia para justificar el exterminio, he publicado hace años otra glosa:

sábado 25 de agosto de 2007

Enola Gay



http://letrascontraletras.blogspot.com/2007/08/enola-gay-el-conato-potico-que-puede_25.html



martes, 24 de mayo de 2011

La oveja negra












La oveja negra


Qué infortunio el tener que asumir, en más ocasiones de las que quisiera uno, el rol del aguafiestas. Pero lo tengo que decir: ¿desde cuándo un ajusticiamiento sumario, léase ejecución premeditada, es catalogada como un acto de justicia? Consumar una vendetta, al más claro ejemplo de las mafias, no luce como la cristalina señal de un mundo libre, culto y de adelantado humanismo, frente a la más descarnada de las barbaries.
Y sé que sobre mí lloverán, seguramente, mil calumnias e imprecaciones de los que claman: ¡ojo por ojo! Pero la justicia alojada en el plomo que cegó el pulso de Bin Laden, más que a un acto de salomónica equidad, se asemeja a un género de barbarie que cultiva la etiqueta y los buenos modales. Para nada justifico el terrorismo o la tortura, como tampoco los piadosos eufemismos con que se pretende bautizar la “solución final” de toda hecatombe, ni la pedrada que derriba del árbol a un desprevenido pájaro.
Los niños que mueren en el atentado terrorista a un autobús, no suelen ser los hijos del Presidente del Club Internacional de Torturadores. Y aunque así fuera, tampoco tendría justificación su asesinato. Mas parangonarse al que asesina apuntalándose en el odio, el fanatismo o la estupidez (tres trajes con que suele acicalarse la locura), no parece ser el más diáfano ejemplo de que el hombre asciende espiritualmente en su tránsito al mañana.
Primero Rusia, luego USA, creyeron que podrían utilizar a Bin Laden y sus hipnotizadas huestes como instrumentos de sus intereses. Erraron. Y lo hicieron de manera garrafal. Y allí parece hospedarse la razón de la premeditada muerte del caudillo del terror: en causa sumaria, antes que en el dolor por la pérdida de tantas vidas inocentes inmoladas en torres, aviones, trenes y plazas del mundo. Pero el historial beligerante de cada una de esas naciones no puede ufanarse de combatir el terrorismo y predicar el humanismo. Ambas son responsables de múltiples masacres a lo largo y ancho del orbe. Y, bien mirado, pareciera que los seres humanos asesinan más por afán de dominación o por retaliación que por ninguna otra causa.
Lo lógico hubiera sido pensar, al sorprender al terrorista tan “fuertemente” custodiado por una esposa, dos mensajeros y –presumiblemente- un hijo suyo, es que se intentaría capturarlo vivo para llevarlo a juicio, no que se le ajusticiaría. Pero semejante alternativa estaba descartada de antemano. “Quiero su cabeza”, era frase acostumbrada en los despachos emitidos por los dictadores de todas las latitudes del mundo antiguo. ¿Qué es lo que ha cambiado en esta “avanzada de progreso”? Me hago la pregunta al recordar las obras de Joseph Conrad, en las que se exponen, sin paños ni afeites, los hedores de la civilización.
Un mundo acomodado a la razón, en lo que de sentido común pueda ella tener, no evadiría el culto de la vida en el espíritu y, digámoslo claramente, no aboliría el componente de la ética en todas sus manifestaciones.
Un mundo asistido por una razón afianzada en el riego del espíritu, la piedad y la ética, hubiera sentado en el banquillo al asesino, en lugar de perpetrar una aniquilación televisada para un selecto y petitte comité.
Un mundo ajustado a una razón, tal como acá se preconiza, habría mostrado sus credenciales, expondría sus argumentos y alegatos en contra de la barbarie, develaría esa perversión que pretende legitimar el terrorismo y justificar el pago de justos por pecadores, al ampararse tras el antifaz de los fanatismos religiosos, raciales o culturales.
Un mundo conforme al humanismo, mostraría la verdad.
Pero como las credenciales de los acusadores están tan mancilladas como las de los acusados, como no es de la abundancia del corazón que hablan sus bocas, porque silencian el precepto de que “por sus obras les conoceréis”, es que la balanza de su ciega justicia se ha inclinado por el ajuste de cuentas y no por el juicio.
“Quien a hierro mata no puede morir a sombrerazos”, me dirán los adagistas populares. Y comprendo el postulado. Pero si premeditadamente (subrayo esto) tomo el hierro del sanguinario, para sanguinariamente asesinar, ¿en qué me diferencio?
Rememoremos aquel axioma de Voltaire que reza: “La civilización no combate la barbarie. La perfecciona.” Y esa frase sí que encierra una gran verdad. La recogí en el aire. Pero ¿quién es, entonces, la oveja negra prenunciada en el título? ¿Quién más podría ser, sino un aguafiestas?

Luis Alejandro Contreras
08/05/11













martes, 17 de mayo de 2011

Con la muda m de la madre, lacl / M, Medianoche...lacl - Cuadernario / Guarida de los poetas: Wallace Stevens: Academic Discourse at Havana / Galería de Orfeo: Mahler's 8th Symphony "Symphony of a Thousand"



Con la muda m de la madre.

Poniendo a un lado el sesgo crematístico que los mercaderes quieren otorgarle a todo evento, fecha, gesto o acto, felicitemos a toda madre al recordar que, en múltiples lenguas, la palabra madre comienza con una “m” y que nuestras bocas toman la forma de un útero para gestar la palabra que las nombra. Porque con la muda “m” que las nombra, comienza el musitar que luego prorrumpe en sonido, palabra, vida y creación.
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P. S 1) Esta nota la escribí hace un par de semanas, pero nunca la pude subir debido a problemas que confrontaba el servidor de mi blog...
2) El autor del cuadro es el escritor D. H. Lawrence: Holy family.
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M  


Medianoche.
Toda ciudad es inhóspita.
Lo digo yo -que he vivido sólo en una-
a la luz de la llama de una vela
y luego de haber torcido cien esquinas.
No hace falta, para saberlo, ser un mago con una vara
que esparce estrellas de vino, hojalata u olvido.
Cuando se agote la llama de mi vela,
acaso ya estaré dormido
entre un collar de azucenas,
y acaso sea mi pecho una ristra
de inviolados corazones.
Una mano, sólo una mano virgen,
femenina,
se atreverá a extenderse hacia adelante
como una sonrisa saludando al cielo.
Y en la vela vigilante de mi finado sueño
un velador tendrá la última palabra
que será la primera, la única, impronunciable.
Y un niño negro contemplando el horizonte,
adustamente seguirá su camino,
con delicados pasos tanteará el tembloroso párpado
del suelo,
caminando feliz y sin destino,
hacia el útero de toda respuesta.


De Cuadernario, Luis Alejandro Contreras, Común Presencia Editores, Col. Los Conjurados, Bogotá, 2007


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GUARIDA DE LOS POETAS
WALLACE STEVENS - ACADEMIC DISCOURSES AT HAVANA

http://www.youtube.com/watch?v=TrbvYD0-phE



Wallace Stevens:
Academic Discourse at Havana

Canaries in the morning, orchestras
in the afternoon, balloons at night. That is
a difference, at least, from nightingales,
Jehovah and the great sea-worm. The air
is not so elemental nor the earth
so near. But the sustenance of the wilderness
does not sustain us in the metropoles.

Life is an old casino in a park.
The bills of the swans are flat upon the ground.
A most desolate wind has chilled Rouge-Fatima
and a grand decadence settles down like cold.

The swans...Before the bills of the swans fell flat
upon the ground, and before the chronicle
of affected homage foxed so many books,
they warded the blank waters of the lakes
and island canopies which were entailed
to that casino. Long before the rain
swept through its boarded windows and the leaves
filled its encrusted fountains, they arrayed
the twilights of the mythy goober khan.
The centuries of excellence to be
rose out of promise and became the sooth
of trombones floating in the trees. The toil
of thought evoked a peace eccentric to
the eye and tinkling to the ear. Gruff drums
could beat, yet not alarm the populace.
The indolent progressions of the swans
made earth come right; a peanut parody
for peanut people. And serener myth
conceiving from its perfect plenitude,
lusty as June, more fruitful than the weeks
of ripest summer, always lingering
to touch again the hottest bloom, to strike
once more the longest resonance, to cap
the clearest woman with apt weed, to mount
the thickest man on thickest stallion-back,
this urgent, competent, serener myth
passed like a circus. Politic man ordained
imagination as the fateful sin.
Grandmother and her basketful of pears
must be the crux for our compendia.
That's world enough, and more, if one includes
her daughters to the peached and ivory wench
for whom the towers are built. The burgher's breast,
and not a delicate ether star-impaled,
must be the place for prodigy, unless
prodigious things are tricks. The world is not
the bauble of the sleepless nor a word
that should import a universal pith
to Cuba. Jot these milky matters down.
They nourish Jupiters. Their casual pap
will drop like sweetness in the empty nights
when too great rhapsody is left annulled
and liquorish prayer provokes new sweats: so, so:
life is an old casino in a wood.

Is the function of the poet here mere sound,
subtler than the ornatest prophecy,
to stuff the ear? It causes him to make
his infinite repetition and alloys
of pick of ebon, pick of halcyon.
It weights him with nice logic for the prim.
As part of nature he is part of us.
His rarities are ours: may they be fit
and reconcile us to ourselves in those
true reconcilings, dark, pacific words,
and the adroiter harmonies of their fall.
Close the cantina. Hood the chandelier.
The moonlight is not yellow but a white
that silences the ever-faithful town.
How pale and how possessed a night it is,
how full of exhalations of the sea...
All this is older than its oldest hymn,
has no more meaning than tomorrow's bread.
But let the poet on his balcony
speak and the sleepers in their sleep shall move,
waken, and watch the moonlight on their floors.
This may be benediction, sepulcher,
and epitaph. It may, however, be
an incantation that the moon defines
by mere example opulently clear.
And the old casino likewise may define
an infinite incantation of our selves
in the grand decadence of the perished swans.


GALERÍA DE ORFEO

Una de las grandes creaciones de la humanidad, de una arrobadora belleza es esta Sinfonía. Mahler nos ha legado un milagro con su obra...





martes, 3 de mayo de 2011

La fiesta de La democracia, Mario Amengual - Palabras de presentación


















La fiesta de La democracia, Mario  Amengual.

Palabras de presentación

Muy buenos días.

Les confieso que cuando Mario Amengual me comunicó su deseo de que yo presentara esta obra suya, por milésimas de segundo pensé en negarme rotundamente a asumir ese rol, esa responsabilidad. Pero no habían pasado dos segundos cuando de mi garganta prorrumpió un concluyente “claro, Mario, ¿cómo no?”, mientras pensaba en cuales caprichos de la percepción iría yo a basar mis palabras de presentación. No es que quisiera evadir el reto, especialmente cuando lo que Mario hacía era devolverme la suerte de entrar al ruedo, tal como cuando -hace unos cuatro años- yo le pidiera que hiciera otro tanto con un libro mío. Doble responsabilidad (hoy me toca verlo desde el otro lado del convite) la de hablar de aquellas cosas que son hechura de un amigo de uno. Porque justeza, pienso yo, ha de ser la mano regidora de toda catadura del entendimiento. Por fortuna, esta amistad que cultivamos desde una lejana noche en que decidiéramos salir a compartir unas cervezas e intercambiar pareceres, al salir de una sesión de la escuela de Letras de la UCV, jamás ha sido complaciente. Y como la genuina amistad es siempre agradecida, sé que Mario, como yo, ha sabido dar las gracias al hecho de que Mery Sananes y un hechicero curso suyo de lectura dirigida hicieran las veces de vasos comunicantes para la simpatía.

Pero pasemos al asunto que nos ocupa.

Quien quiera que, desavisada o inopinadamente, tomara entre sus manos un libro cuyo título reza La fiesta de La Democracia, antes de pasear sus ojos por las palabras de preámbulo o de la contra carátula, podría pensar, quizás justificadamente, que se trata de una obra que discurre sobre los esplendores y miserias de ese anhelo incumplido que pretende hacernos creer que la soberanía de un gobierno es ejercida por consenso del pueblo. Democracia es la palabra más ultrajada por quienes, en algún momento de sus vidas, fungen como autoridad, independientemente de la doctrina que prediquen. Quizás ello haya sido el motivo de la breve y esclarecedora nota de preámbulo que exhibe este relato, una ajustada y concisa paráfrasis que Mario Amengual sintió como una necesaria nota al margen.

Mi memoria da marcha atrás y me veo sentado junto a Mario en una tasca de Sabana Grande, enfrascados en una de nuestras largas y gratas conversas. En mi alforja cargo un ejemplar de la Utopía de Tomas Moore, que sale a flote. Nos quedamos maravillados con la propuesta de traducción que Quevedo le expusiera a Medinilla, su traductor: No hay tal lugar. Y el caso es que, años después, vuelve Mario a darnos cuenta de las peripecias del joven Mauro Zumeta, no sin antes acotarnos que (y cito el preámbulo):

“…La Democracia puede definirse como Quevedo tradujo Utopía: “No hay tal lugar”. Pero a diferencia de Utopía, es un lugar de cuya existencia puede darse fe, pero lo que esa palabra expresa es un ideal inalcanzado.

La Democracia, como la Revolución, puede ser proclamada e instituida legalmente, pero ambos alardes no aseguran su realización. En todo caso, La Democracia de las páginas que siguen es y no es el lugar que mucha gente conoce y mucha más gente desconoce; sólo que La Democracia que muchos quisiéramos no es un punto alguno de la tierra: es una ilusión, es un hecho anhelado, pero ¿será posible?

De esa contradicción entre el lugar llamado con ese nombre y la pretensión espiritual para consagrarla, sobreviven los episodios que en estas páginas intentan describirla, la aluden y tratan de comprenderla, a pesar de la imposibilidad de descifrarla...”

Quisiera rescatar una frase de esta nota introductoria, aquella que nos versa de una pretensión espiritual –antes que intelectual o ideológica- para consagrar a esa utopía que suspira debajo de la noción de democracia. Me parece clave resaltar este apunte y (¿por qué no?) esta apuesta, en tiempos como los que vivimos, en los que con tanto afán se cultivan los credos desleídos.

La Fiesta de La Democracia es, pues, en el más llano sentido de la palabra, una relación de los avatares de Mauro Zumeta, un joven estudiante de periodismo que se ha visto forzado a hacer un alto en el camino, un descanso necesario para, si se quiere, desandar el derrotero andado e iniciar o reiniciar la búsqueda de su propio ombligo. Hay, en su sangre gotas de taimado Lazarillo, pues la picardía no le es ajena o esquiva ni a él, ni a muchos de los personajes que le acompañan en esta suerte de memoria y cuenta en que se va tejiendo el discurso.

Pero las abundantes intercalaciones de humor en la ficción no nos impiden constatar que Mauro es un robusto soñador, un soñador consecuente que no evade el poetizar de esa gema que nos es legada a todos en nuestra entrega al onirismo. Y, una vez devuelto a este lado del sueño que nominamos realidad, va a mezclarse -permítanme la expresión- muy whitmanianamente con las mujeres y hombres de la calle: con mecánicos o futbolistas retirados, con los vikingos de la zona: esa tribu de nómadas que cargan su economía en inmensas bolsas de latas vacías, o con la desconsolada madre del fallecido amigo. Se refocila Mauro en las sencilleces de la vida, como haciendo culto de un minimalismo vernáculo.

Y acaso sea esta la primera y última vez en mi vida que me apoye en esa palabra, minimalismo, pues no consigo otra más apropiada para denotar los rasgos de estilo que deseo destacar. Y lo hago sonriendo, además, al recordar a Adriano González León, a quien le encantaba bromear cuando afirmaba que hay que incluir, de cuando en cuando, palabras altisonantes, palabras de prestigio, en el discurso para poder luego uno echárselas de culto. Válganos traer a Adriano a la memoria, habida cuenta de que la colección en que ve la luz La fiesta de La Democracia, ostenta el título de la primera novela suya de largo aliento: País portátil.

Mas para retomar la senda por la que veníamos andando, esa sencillez, esa circunspección que adorna a nuestro personaje, esa economía de lo mínimo, de la escasez o de la parquedad de que hace gala, se ve representada también en el siluetado estilo con que es plasmado el mirar. Veamos un breve ejemplo, no exento de sosegado humor:

Mientras fue a buscar lo ofrecido, Mauro observó con regocijo el orden y la pulcritud de aquella modesta sala. En las paredes colgaban, en marcos de bambú barnizado, las fotos de sus hijos; en las repisas pintadas de azul pastel reposaban, sobre pañitos tejidos, recuerdos de bautizos, animalitos y muñequitos de cerámica de molde, pintados con colores brillantes y trazos dorados; el sofá donde estaba sentado y las butacas del mismo juego de recibo estaban cubiertos con una tela a cuadros pequeños, negros y ocres, que disimulaban con minucioso decoro el mal estado de esos muebles, que ya una de las nalgas de Mauro comprobaba; las vigas de madera sobre las que se apoyaba el techo de cinc estaban pintadas de negro mate; hacia el fondo inmediato de la sala, la puerta entreabierta dejaba ver una nevera picada de óxido y una mesa cuadrada cuyo mantel era de hule y estampado con cuadros verdes y blancos y frutas tropicales.


¿Quién no ha contemplado una escena como ésta en algún hogar de la deslustrada Venezuela?


Pero al unísono de este puntillismo escritural que, repito, no soslaya el humor o la ironía, discurre otro elemento, como lo es un discurso subyacente, soterrado; un sordo musitar que fluye como un río en lo que no está dicho. A lo largo de la historia vibra en el aire una acallada conjetura. Partiendo de un evento que nuestro joven protagonista no sabe explicarse, una extraña comparecencia festiva en el meollo de la noche y en las inmediaciones de un barrio que llaman La Democracia, comienza a orquestarse en su psique y, me atrevo a decir, en la del lector, un mundo no visible, pero como aromado de presentimientos y vagas premoniciones, un sentimiento indefinido que en algo roza una intuitiva ansiedad, un enigma escondido, subterráneo como un afluente cavernario que, sospecha uno, al lado de Mauro, podría hacer violenta irrupción de un momento a otro.

Eso no dicho de la historia, ese tenue murmullo que pareciera alentar en las oscuridades del alma humana, me llevaron a recordar un escrito de Jung de 1936, titulado Wotan, en el que se dan claras alarmas de los riesgos y graves consecuencias que sobrevendrían de seguir prosperando las soterradas insinuaciones que insufla tal dios agitador con su aliento, hecho que luego se vio consumado en hecatombe, con la crecida del Nacional Socialismo en Alemania.

Inscrita en el estilo de tono iniciático, la narración tampoco deja de aludir a una educación sentimental, en la que la memoria hace las veces de Cicerón o de dorado hilo de Ariadna para el alma del protagonista (y, en ocasiones, agonista) de esta fábula. Discurso de lo mínimo, de viaje al interior, La fiesta de La Democracia se tiende y, tiendo a decir, se extiende sobre el papel, como una larga y continuada pregunta, cuyo signo de interrogación que ha de cerrarla o de englobarla, no termina de estamparse. Porque, no habiendo tal lugar, ¿qué mejor derrotero que buscar asilo en la contemplación?

Luis Alejandro Contreras

30/04/11