Vistas a la página totales

lunes, 21 de febrero de 2011

Letras contra Letras. Digresiones de un divagador… y algunas palabras en torno a humanismo y un libro de Edward Said. / La amistad y los libros. / Una callada lujuria por la vida, Alberto Amengual. .


















Hace unos días tuvimos la grata visita de mi compadre Mario Amengual, ocasión para retomar una conversa que ha de llevar ya unas tres décadas de iniciada, hecho sucedido una noche en la que una modesta pregunta como la que él me formulara, “Poeta, ¿usted bebe?”, recibiera un “algo” como tímida respuesta. Eso fue al salir de una clase conjunta con la querida Mery Sananes, en la Escuela de Letras de la UCV. Pasamos algo así como dos o tres noches con sus días, recorriendo bares, botiquines y polleras de Caracas, haciendo pausa en casa de mis viejos y, si mal no recuerdo, haciendo otro alto en la casa de su también querido hermano Alberto.

Hago esta memoria porque varias cosas gratas me han pasado esta semana. La ya referida visita de Mario, cuyo colofón fue su regalo del conmovedor libro del aludido Alberto, publicado el año pasado, Una callada lujuria por la vida, así como un ejemplar de una de las novelas del propio Mario, El cantante asesinado, para que la obsequie a quien me plazca; hecho por mí retribuido al obsequiarle el que considero mejor libro que he leído en los últimos cinco años, en lo que toca a una noción manoseada (y acaso fuera de moda para la insobornable prisa moderna), como lo es el humanismo.

Me refiero a Edward Said y su libro Humanismo y Crítica Democrática, cuyo subtítulo reza: La responsabilidad pública de escritores e intelectuales. La alegría viene deparada en la relectura de tal libro y en saber que a mi compadre ese libro también le ha subyugado, por decir lo menos. Creo que la amistad que nos une se funda grandemente en el asombro que nos causa, justamente, la falta de asombro en que vive –grosso modo- el ser humano, tanto como su deserción ante inquietudes vitales, su abolición de preguntas en torno al relacionarse con aquello que Alfonso Reyes tan agudamente denominara “dulzura ambiente” y la falta de tempo para lo que realmente vale la pena en el vivir, como es la vida misma.

En fin, escribo esta nota al desgaire, un poco sin motivo claro o, acaso, con demasiados motivos… Esa noche estuvimos leyendo en voz alta varios de los poemas de Alberto. Hay una redondez en ellos que resulta conmovedora. Circunferencia de la voz. Entrega incondicional a la diafanidad del decir, por lo que me voy a permitir reproducir, al final, uno de tales poemas, que fue muy de mi gusto.

He alternado la lectura de ese libro con el de Said en los días sucesivos y el gesto ha resultado placentero. Me vi forzado a aminorar un tanto la lectura de Vida y Destino, extraordinaria novela que debemos a la mano de Vasili Grossman, escritor execrado durante el proceso de “apertura” de Nikita Jrushov. Jrushov (o, como más se conoce por los medios de prensa occidentales, Krushev) no escatimó medios para soterrar la amenazante sombra paterna de Stalin, pero no alcanzó a vislumbrar que sus tácticas para acabar con el ubicuo fantasma no podrían evitar el inicio de la caída de esas piezas de dominó que conformaban una ilusión designada con las siglas URSS.

El poemario de Alberto, lírica de lo íngrimo, apostilla del ver, y lo que llevo leído de la saga de Grossman, torbellino de muchedumbres, gesta de la crueldad y, a un tiempo mismo, de humanidad, acaso nacida de otra lírica de lo íngrimo, otra anotación del mirar, vienen a hilar desde puntos distintos en esa misma tela con la que Said tiende la mesa.

Y, si se me da la ocasión, he de extrapolar un poco los asuntos abordados por Said, por interpuestas personas. ¿Puede un poeta liando sus bártulos desde lo íntimo, desde la adustez de su propia soledad o, como planteara Rilke a un joven poeta, desde lo pequeño e inopinado hacia lo que nadie o casi nadie más presta atención, abordar y enaltecer los valores de la humanidad y de la historia o, si se quiere, de la historia de la libertad? Definitivamente puede. Tanto como lo puede la más afanosa de las epopeyas memorada por un relator que, bien mirado, igualmente habla desde lo íntimo, desde lo pequeño e inopinado hacia lo que nadie repara, como puede ser su propia soledad arrasada por la multitud.

Otro hecho fortuito de la semana es la inesperada llegada de más libros a nuestra casa (¡faltaría más!). Se suponía que recibiríamos algún aparato doméstico, debido a los reacomodos inmobiliarios de mi familia política, mas no cajas cargadas de aparato crítico de muy diversa índole, amén de novelas, poemarios, memorias, filosofarios, libros de alquimia… El caso es que mi suegro, con quien tanta familiaridad siento a pesar de no haberle podido conocer en vida, ha querido hacernos un legado y en la camioneta han venido unas cuantas cajas con sus queridos libros, amén de otros más de mi “adorado tormento” que nunca se llevó de su casa. He pasado un par de días conversando con ellos y por la noche, en lo que queda de tiempo, vuelvo a la lectura un tanto menos dispersa. Entre sus libros encuentro varias joyas: Totemismo, de Frazer, un volumen con varias obras de Voltaire estupendamente encuadernado por mi suegro -quien fue litógrafo-, clásicos griegos, obras de Paracelso, Galileo, muchos volúmenes de las obras completas de un “desconocido” Amado Nervo, edición al cuidado de Alfonso Reyes, quien escribe varias extraordinarias semblanzas de su conterráneo (no pude evitar leerlas), el diccionario filosófico de Ferrater Mora (la edición de gran formato, en dos tomos) y muchos libros más. No sé de dónde habré de sacar tiempo no sólo para el acomodo de las obras recibidas, sino para su degustación, pero nos las arreglaremos…

Pero volviendo al tema, esto es, al discurso, al combate contra la falta de hilo -dispersión que puedo atribuir, en mi descargo, al hecho de haber estado sometido, por muchos días, a la incomunicación informática, gracias al ingenio de los siempre aguzados corsarios cibernéticos- quiero decir que quien se toma el riesgo no sólo de poetizar o de narrar, sino incluso de simplemente imaginar, a la luz del especializado oscurantismo moderno, no puede evadir la vital pregunta ¿Tiene sentido el devaneo del pensamiento o el devanarse del espíritu ante la intriga incomprensible que postula la locura colectiva que a todos se inculca como razón inconmovible? Definitivamente tiene.

Si toda obra literaria es, en sí, el fruto de un trabajo intelectual, amén de envolver en esa labor el universo emotivo, la dimensión espiritual y hasta el hado de lo intuitivo (aquella fuerza penta-dimensional a que alude Robert Graves como signo de la poesía), no podemos soslayar que el intelectual, para decirlo con las palabras de Said, haya de ser un “…vigía de la humanidad…” y que algunas de sus luchas consisten “…en protegerse de la desaparición del pasado e impedirla…” así como en “…construir con el fruto del trabajo intelectual campos para la coexistencia en lugar de campos de batalla…”

Y ahora sí, acá dejo colgado el poema de Alberto Amengual.

Fin de partida *

a Xavier Salas
La travesía llega a su fin
y la nave encallada
cómplice
de una gaviota de inmaculado vuelo
agita sus maltrechas velas
en señal de amorosa despedida

En homenaje a su fidelidad
trazo sobre la arena
inextricables escenas guerreras
sin vencedores ni vencidos

Parado frente al mar
solo y sin alternativas
como un héroe trágico
miro sin cesar el horizonte
de mi puntual destino
señalado por los astros al nacer

Mi espada no volverá a ser espada
sino remo de madera pulida
y reloj ya sin arena
el fatídico mensaje
de un cuerpo que vuelve a su origen.


* Alberto Amengual. Una callada lujuria por la vida, Fundación Editorial El perro y la rana, Colección Poesía Venezolana / Contemporáneos, Caracas, 2009.
Otro libros citados:
- Mario Amengual, El cantante asesinado, BID&CO EDITOR, Caracas,2010
- Edward Said Humanismo y Crítica Democrática, cuyo subtítulo reza: La responsabilidad pública de escritores e intelectuales. Ramdon House Mondadori, DEBATE, Caracas, 2006
- Vasili Grossman Vida y Destino, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2008

- Lo afirmado por Graves puede encontrarse en uno de los ensayos incluidos en el libro Los dos nacimientos de Dionisio, Seix Barral, he citado de memoria y no tengo el libro a la mano...








No hay comentarios.: