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viernes, 30 de mayo de 2008

Bitácora del tiempo como Prometeo encadenado…



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Bitácora del tiempo como Prometeo encadenado…

Mayo, 18. amanecer… Han llegado de la querida Bogotá nuestros amigos, los poetas Amparo Osorio y Gonzalo Márquez Cristo. Vienen con su cargamento de imágenes para participar en el festival de poesía, al cual fueron invitados. Les han preparado una apretada agenda de actividades, así que no sé si podremos disponer del tiempo suficiente para el encuentro y la conversa. Su visita me pone en una disyuntiva, un intríngulis que debo zanjar. ¿Cómo haré para pisar esa zona árida -por no decir campo minado- de la que por tanto tiempo me he mantenido al margen? Me refiero a los predios de lo que entendemos por cultura. No sé qué tan explicable será para ellos el divisionismo a que se ve expuesta hoy la nación, pues es un fenómeno que se ha enquistado no solamente en las capas superficiales del más burdo fanatismo, encandilamiento propio de algún partidarismo político o deportivo sino, incluso, en las inmediaciones de lo que entendemos por ámbito cultural, zona del intellectus; y como con el resto de esa apetecible joya que llamamos nación, hemos visto cómo algunos han hecho de la cultura oportunista baza, mientras que otros -por cuestiones de principio- se han inmolado en el seno mismo de sus instituciones (las que una ficción que conocemos con el mote de Estado debería colocar al servicio del indiviso ser humano). Y todo ello, sin pasar por alto a los que, sencillamente, optaron por mantenerse al margen de la acción cultural planificada (por no decir propugnada) desde una sectaria perspectiva. Yo me encuentro entre los que piensan que es responsabilidad del Estado (así, con mayúscula) la de velar por el bien de todos sus hijos. Hasta allí vamos bien. Mis diferencias con muchos de quienes parten de premisa similar es que jamás podré apoyar a un Estado que funciona a las mil maravillas para ciertos sectores de la sociedad, en tanto que relega a otros. En mi opinión, no deberíamos catalogar como Estado a aquel sistema social que preconice o se acoja a prácticas segregacionistas. El tema de las disensiones o de la diversidad de opiniones no deberá (según mi punto de vista afortunadamente subjetivo y personal), formar parte de las normativas que son exigibles a los ciudadanos por parte del monstruo sin cabeza que es el moderno y omnipotente Estado. Bajo esa palabrita se esconden no pocos y amañados intereses. El país vive bajo el influjo de una oscura desolación. Se le disputa como si se tratase de un pedazo de trapo, cuyo único valor fuera el de simbolizar una utopía. Para una gruesa parte de nuestra ciudadanía, lo fundamental es desposeer al resto de ese simbólico lienzo y guardarse la tela como galardón, no importando cuán derruido se halle el tejido al final de la partida. Y, visto al revés, para una gruesa parte de nuestra ciudadanía lo fundamental es desposeer al resto de ese simbólico lienzo y guardarse la tela como galardón, no importando cuán derruido se halle el tejido al final de la partida... ¿Que me repito? No señor, sucede que, como sugiriera Heráclito, los extremos se tocan… Porque él nos advirtió sobre la unión de los contrarios. Y he dicho todo lo anterior muy a mi pesar, pues ya debería bastarme con mi propia desolación. Pero mi verdad tiene tanto a derecho a expresarse como la del vecino. Así pues, diré que jamás he podido concebir la poesía como rama institucional de cosa alguna, sea que se trate de una academia o de alguna cofradía, mucho menos de un estado o de un gobierno, tan comúnmente represores de aquellos que tan sólo pretenden cantar bajo los influjos de la luna. Poeta y rey no casan, no hacen juego, no combinan en el menú, a no ser que la poesía sea manipulada como un vulgar instrumento para loar y lustrar egos autoritarios. Claro que en estos casos tendríamos todo el derecho a preguntarnos si subsiste, en los panegíricos resultantes de tales relaciones, algún asomo de fidedigna poesía. Acaso puedan ser, reyes y poetas, hilos de un mismo lienzo, pero ellos rara vez enhebran juntos. Rara excepción es la historia del espejo y la máscara que nos refiriera Borges en El libro de arena. Pero mis amigos de la hermana Colombia han venido, como he dicho, a leer su poesía, a conocer a otros poetas, a conmemorar el brindis y la promesa de los vasos comunicantes. Así pues, he de ir en pos de ellos. No importa lo que resulte. Me esperanzo en la creencia de que la poesía es, en su aparente indefensión, uno de los cultos que mejor faculta al hombre para zanjar las humanas diferencias.

tarde… he pisado los predios de la congregación, en busca de mis amigos. ¿Cuándo he negado yo mi hospitalidad? Sin embargo, debo decir que al entrar a un recinto que para mí fue, desde niño, templo sagrado, me sobrevino un estremecimiento, pero me armé de valor y seguí mi camino, como si vadeara en las vías intestinas de una ballena blanca. Me parece increíble que todavía estén allí las huellas del despojo. Las paredes de uno de sus pasillos, el que sirve de conducto entre un templo y otro (esto es, entre Galería de Arte Nacional y el Museo de Bellas Artes), muestran aún los rastros del cercenamiento de una obra de arte que estuvo allí por años. Al desenclavar las partes de la obra, la pared quedó mal herida. Sus cicatrices quedaron abiertas. ¿Pensaría algún pontífice del bureau que tales llagas deberían quedar a la luz y vista de todos, a manera de aleccionador ejemplo de no sabemos cuál pecado? Un poeta a quien siempre le he profesado mi afecto y mi respeto, tanto como él no ha dudado en retribuirme los suyos, se sorprende al verme y me espeta: ¿y tú, que haces aquí? No lo hace a modo de reproche, es la sorpresa de verme la que le mueve a la pregunta. Le contesto con una sonrisa: ¿por qué? ¿está prohibida mi presencia en estos lares? Se ríe… No vale, pero me parece tan raro. Signo de nuestros días. Le refiero que vine a ver si me topaba con Amparo y Gonzalo, que entre los títulos de poesía que presentaron el año pasado en Bogotá tuve la fortuna de deslizar uno mío. Cruzamos nuestros teléfonos, ya que nos habíamos perdido el rastro y nos despedimos, pues él iba saliendo con retraso a algún encuentro. Me adentro en el pasillo. Oigo choque de copas en el traspatio del palacio de las musas. No veo a mis amigos en las inmediaciones. Me convierto en un diminuto Gregorio Samsa en el centro de un baile de formidables gallinas. Pero me mantengo firme. Me abstengo de entrar al brindis, me planto, sí, cerca del umbral, nunca he congeniado grandemente con tales eventos y no será ahora cuando cambie la tesitura de mi ánimo. No soy un mojigato. Toda la vida me han gustado las bebidas espirituosas. Lo que pasa es que nunca me saben igual las que pueden beberse en el anonimato de los bares, cuando se las bebe en el des-anonimato de un acto cultural. Espero un rato, a ver si logro avistar a Amparo o a Gonzalo, hasta que decido partir. De salida, es Amparo la que prácticamente me sorprende infiltrado en mi abstraído caminar por esos pasillos en los que la desoladora mirada de Miranda en La Carraca* se robara por varias noches sucesivas el sueño del niño que fui. Créanlo o no, Amparo me formula la misma pregunta, ¿y tú qué haces aquí, mijito? mientras abre sus brazos. Pues vine a saludarles. Más atrás viene Gonzalo, acompañado de otro poeta colombiano que más tarde demostró poseer un fino y aguzado sentido del humor. Abrazos. Conversa. Relajación. Habían salido a buscar cigarrillos, quizás a tomarse unas cervezas. Converso un poco con Amparo. Y sucede lo que siempre trato de evitar. Se nos acerca un poeta venezolano de generaciones precedentes (no voy a dar señas particulares al respecto, pues eso sería una bajeza, pero sin echar a un lado la sinceridad). No sin antes preguntar mi nombre, me veo forzado a eludir las embestidas investidas de simulada sindéresis que me larga. Me asegura que es un contrasentido el que algunos poetas con-nacionales se autoexcluyan de actos y eventos culturales como los organizados para el festival de poesía y otras cosas por el estilo. Tan sólo alcanzo a soltarle una frase: en realidad yo creo que el problema es que se sientan posiciones, todos han sentado posición. Le hablé de modo impersonal o en tercera persona, no por desligarme, sino porque el poeta no se sintiera directamente aludido (y no sé si habrá acusado mi intención de hacerle, sí, sentir indirectamente aludido, pues de inmediato se abrió para conversar con sus pares, que ya salían del cóctel). Por cierto, una vez me tocó ser testigo de cómo ese mismo caballero se mantenía impertérrito, cual un Kagemusha ante asediantes guerreros, mientras los miembros de un taller de poesía al que él fue invitado a conversar (Celarg), contemplábamos cómo una persona de su entorno expresaba su menosprecio hacia otros poetas venezolanos (y uno en particular), sin que tales aseveraciones tuvieran para nada en cuenta los valores poéticos y éticos. Vituperaciones que, según me parece, él mismo no se hubiera permitido proferir. Su silencio me pareció significativo. Bueno, volvamos al presente. Salimos de la GAN, acompaño a mis amigos de camino al hotel. En el camino, más escaramuzas lingüísticas con algunos poetas del “establishment” criollo. Sin embargo, no sé por qué ya tengo pies en lugar de miembros de cucaracha. Ya no me siento intruso. Logro conversar por algunos minutos con Gonzalo. Pero nada que hacer, hay tomaduras de pelo semejan voladuras de puentes. Opto por despedirme hasta el día siguiente de mis amigos. Para decirlo con una frase de José Ignacio Cabrujas, mi conclusión es que, a pesar del estado de disimulo imperante en nuestro ambiente, no tengo por qué inhibirme de ir al encuentro de mis amigos o de asistir a alguna lectura que pudiera interesarme, pues todos somos parte de la sedienta fauna que hace vida en este desierto.

La amistad, como el amor, está sazonada tanto con granos de convergencia como de divergencia. ¿Por qué habría uno de procurarle primacía a las opiniones personales antes que al culto del entendimiento? Es una pregunta que no he podido dejar de formularme en los años recientes.

atardecer... Mi mamá me llama para darme la noticia, ha fallecido mi tía y madrina, Margot Reverón, creo que estaba por cumplir 98 años…

* Al lado colocamos una reproducción de Miranda en La Carraca, el famoso cuadro de Arturo Michelena.

Una glosa sobre Francisco de Miranda, ciudadano del mundo, con la que precisamente quise dar inicio a este blog, puede verse en: http://letrascontraletras.blogspot.com/2007/07/en-la-prisin-memorial-dirigido-por-el.html

Dábamos inicio a esta bitácora, hace ya casi un año, rememorando el conmovedor Memorial dirigido por el general Francisco Miranda a la audiencia de Caracas: En la prisión. Fue escrito en las bóvedas del castillo de Puerto cabello, el 08 de Marzo de 1813..
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Kagemusha








Trailers del film Kagemusha, una obra maestra. 
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Mayo, 19. amanecer… días complicados. Algo gris hay en el viento.

En el entierro de mi tía, mamá sufre los efectos de un vértigo o malestar; por primera vez en su vida, vomita. La llevo a casa. Me instalo con ella. Tensión alta. Tal vez, alguna virosis, tal vez el amor que se le ha ido marchando a pedazos. Una dura mujer, salud de galgo callejero. A duras penas me permite que cocine un arroz y unos filetes de pollo. Vista desde afuera, pareciera una estoica, capaz de acarrear con su dolor y con el del mundo entero, sin chistar. Capaz de cargar a todos y con todo, ella, tan frágil en apariencia. Nunca ha permitido que nadie, absolutamente nadie, interfiera en su vida. Y para ello cultiva la maleabilidad del Tao, sin proponérselo, pues del Tao nada sabe en superficie. Es una heroína silenciosa. Pero el tiempo es implacable. Regularizo su tensión, abre la boca mamá, mantén esta pastilla debajo de la lengua. Marujita ya viene. ¿Estás segura de que puedo irme? ¿Y si volvieras a sentirte mal? Te digo que ya estoy mejor. Vete y me llamas más tarde. Bueno mamá, cualquier cosa me llaman

atardecer… Termino de aceptar que no puedo proceder en contra de mi ánimo. Me es imposible asistir al acto oficial de apertura del festival de poesía… No es algo nuevo, no tiene nada que ver con “diferencias políticas” del momento. Jamás pude asistir a los eventos de apertura o de cierre de nuestros festivales de poesía. Y mire si se organizaron unos cuantos bajo la batuta del poeta Santos López, antes de que llegara la, a mi juicio, mal denominada quinta república. Recuerdo con afecto, sí, la lectura en que compartieron imágenes la poeta Blanca Varela y nuestro Juan Sánchez Peláez. Grato recuerdo de aquella tarde y de lo que, impecablemente, es ser gente. Cuando digo “jamás pude”, debe entenderse “jamás pude convencerme”. Me es imposible asistir, entonces, porque es algo superior a mis fuerzas. Me abstengo de sentarme entre una ingente cantidad de personas que, a diestras y siniestras, creen y pregonan que la poesía sólo puede cultivarse desde la exclusiva causa común que se predica en el seno de alguna cofradía, por supuesto, la suya. Poesía es diversidad, enajenamiento positivo, esto es, sentimiento de extranjería ante patrañas como aquellas con las que, en los salones oficiales, los funcionarios de la política caracterizan sus “ejecutorias”, matizándolas con rimbombantes frases como la de “nuestra solidaria adhesión a la civilización humana”. La poesía ni debe ni puede ir de la mano con el poder. Ella está allí, a flor de piel, para señalarnos otros derroteros.

anochecer… Me llama Douglas, mi compadre, para darme la triste noticia de que ha muerto Otto Limongi, mi querido amigo de la niñez, un ser con el que siempre tuve una subterránea ligazón. Juntos descubrimos el mundo y el arte de explayarnos ante su vista, juntos descubrimos ocio y pereza, aventura y arrojo. Recuerdo que nos enorgullecía que, tanto su padre como el mío, tuvieran manos fuertes y venas marcadas. Ello era, para nosotros, emblema de fuerza y vitalidad. Escalábamos los techos de nuestras casas y desde allí saltábamos a las otras, no sin grave riesgo para nuestras humanidades. Éramos unos niños osados, hacíamos casas de madera en las copas de las acacias de la cuadra y nuestras madres despepitaban sus gargantas clamando por nuestra inmediata presencia en casa. Las veíamos desde lo alto recorrer toda la cuadra. Y más de una vez estuvimos a punto de perder alguna oreja. Recorríamos por largos trechos el río Guaire; a veces, en compañía de algunos otros facinerosos de la vecindad, nos caíamos a peñonazos con los malandrines del otro lado del río. Recuerdo, como si hubiese sido esta mañana, nuestro deambular entre los juncos y la tierra fangosa de sus orillas. Muchos años después, caí en cuenta de que juntos habíamos transitado buena parte del camino de iniciación por el que pasa todo niño en su trayecto hacia la pubertad y luego la hombría. De allí, la raigambre afectiva de nuestra amistad. De joven, Otto fue un extraordinario dibujante; tanto, que sus dibujos tenían la increíble perfección de los grabados de M. C. Escher, de quien fue su admirador. Siempre me quejé de que hubiera abandonado el culto del dibujo, aunque fuera como un hobby. Otto era un verdadero gentleman, la noticia de su fallecimiento me ha sentado como un peñonazo lanzado desde lo más obscuro y lejano del río de la infancia. Estoy de luto y no puedo compartirlo con nadie. Ni siquiera con Yineska. Porque el luto es uno de los cultos más íntimos de que puede hacer gala un ser vivo, pues no es una experiencia exclusiva del alma humana. Observancia que le debo agradecer precisamente a Yineska, siempre tan oyente y perspicaz de lo mínimo vital; ella, a quien le aburren un tanto los poetas posee una mirada interior que ya quisieran muchos poetas detentar. Mi tía vivió una vida plena y longeva. Otto ha visto truncados sus días en medio del vigor de la madurez, en el lejano lugar al que se había marchado con su familia, hace ya varios años. A veces nos escribíamos y nos cruzábamos algunas reflexiones o algún texto que nos hubiera conmovido. Te lego, Otto, este haiku de Matsuo Basho:


Nada dice
en el canto de la chicharra
que su fin está cerca.


Espero que puedas leerlo o, mejor, escucharlo, estés donde estés. Acaso nuestras vidas sean un suspiro apenas un tanto más largo que el de las amadas chicharras que una vez domesticáramos en la niñez. Dejaba uno correr pacientes horas con la chicharra dentro de la burbuja que formaba el cuenco de nuestras manos. Al pasar el tiempo, las chicharras terminaban por amoldarse al calor y olor de nuestro cuerpo… Luego podía uno caminar por todas partes, portando la chicharra a manera de flor en la solapa o pañuelo en el bolsillo de la camisa. Éramos unos mocosos.

Quiero ver a mis amigos, pero creo que tendré que seguir jubilándome…

* Haiku de las Cuatro estaciones, Matsuo Basho.
** Matsuo Basho, sentado.

Mayo 20, mañana… Esta semana es de pronóstico. Con mamá en la clínica todo el día. Voy a tomarle una vía, señora, afloje el antebrazo, ahora apriete el puño. Hidratación, examen de sangre, burocracia asistencial, más o menos, la misma en lo privado que en lo público. Las diferencias son de grado o de matiz, claro. Pero la falta de humanidad, la falta de respeto por la vida es la misma, aquí o allá. Me refiero especialmente a quienes ejercen labores administrativas en los centros de salud. Aunque, en ocasiones, me ha tocado ver tal deshumanización entre los mismos médicos. Afortunadamente, ello no es el caso ahora… La doctora que la atiende es, por increíble que parezca, un ser humano y hemos hecho amistad con ella.

Llego a casa tarde, muy tarde. Y agotado. Duermo un poco, no mucho.

Mayo 21, anochecer… al fin, algo de tempo para mí; logro llegar a la sala en la que se han programado varias lecturas colectivas en el marco del festival, (esto es, en el Celarg). Una marea de desasosiego se abalanza y empapa mi humanidad, es la misma sensación desaborida que me arropó el domingo en los pasillos de la GAN. Pero queremos ver a nuestros amigos, previamente acordamos vernos para llevarles a casa, conversar un rato. Pretendo, incluso, saludar a otros amigos que, a sabiendas de no compartir algunos puntos de vista en lo que toca a persona y sociedad, creo que también serán sabedores de que en mí no han perdido al amigo, al escucha... La función lleva un rato de haber comenzado. Me conmueve gratamente un poeta de Sudáfrica, de apellido Breytenbach. Estuvo un poco más de ocho años preso. La sensación que me dejan esta noche sus poemas es que se tienden como una abierta invitación a la vida, a pesar de que puedan dar cuenta de la barbarie generalizada que azota al mundo desde días inmemoriales. Al encontrarnos, Gonzalo me comenta algo semejante de Breytenbach y me habla, así mismo, de la grata sensación que legó a los asistentes la lectura de una poeta palestina que yo, desafortunadamente, no llegué a escuchar, pues entré a la sala en medio de la lectura del cuarto o quinto de los participantes. Para ser honesto, también me dejaron grata sensación los textos que leyera un poeta hebreo de apellido Araidi, quien tuvo la sutileza de dar gracias por estar en un lugar en donde puede leer sus textos tanto en hebreo como en árabe, cosa que en efecto hizo. Vaya paradoja, se refiere a un lugar en el que sus ciudadanos no logran compartir alteridad, disensión y disonancia en su propia lengua. Tiene una dicción y un sentido del ritmo impresionantes y los poemas leídos por él dejan un eco musical en el oyente. No desmerito al resto de los poetas, pero entre los que yo escuché, Breytenbach y Araidi fueron los que, a mi parecer, tocaron más logradamente las fibras del ánima. Al salir me encuentro con algunas añejas amistades. Algunos saludos formales, otros fugaces, otros efusivos. Me tropiezo con un amigo en el momento justo en que es literalmente asediado por un desequilibrado que le jura ser poeta. Como mi amigo trata de esquivarlo cortésmente, más se empecina este señor en exigir su atención. En algo me recuerda a las gentes que desesperadamente demandan ayudas o favores políticos en los mítines de la hora. Con dificultad logramos intercambiar nuestros teléfonos. Él está atareado y ya Amparo y Gonzalo esperan por mí.

Finalmente, logramos agasajar a nuestros amigos. Los llevo a casa en compañía de otro amigo, Juancho Pinto. No disponen de mucho tiempo, así que me siento como un potro que desea correr a campo traviesa, pero al que en breve confinarán en un establo… Juancho me llama a capítulo, por fortuna. Para eso están los amigos. Odio la falta de tiempo, o más bien, la ausencia de un tempo temperado, musical, tanto o más de lo que Elías Canetti odiara a la muerte, la gran enemiga. Siento que al ausentar al tiempo interior de nuestras vidas, hemos conspirado para dejar de ser fidedignos. Y creo que los hombres hemos agravado las cosas, al convertir al tiempo en el más formidable socio de la muerte. El colmo es que la falta de tempo me haga lucir esta noche atropellado. Al menos, ésa es la sensación que tengo de mí esta noche...

Nuestras vidas cada vez disponen de menos tiempo y espacio. En todo caso, ha sido una alegría el poder tenerles en casa, a pesar de mi atropellamiento de potro desbocado. Les llevo a su estadía, pues cada quien tiene actividades muy temprano en la mañana…

noche profunda y solitaria… Agotamiento. Poco sueño. Si no tengo tiempo para vivir, menos lo tengo para escribir. Quiero decir, vivo. Mas, vivo a penurias, condición acaso no muy diferente de la que pueda padecer cualquier hijo de vecino. En el fondo, lo que añoro es el vivir. Un poco a la manera o en la efímera intensidad que nos propone aquella frase que, como acto conclusivo, le endilga el escudero a la muerte en El séptimo sello, ese extraordinario fresco de las vicisitudes humanas que nos legaran el ojo y la mano de Ingmar Bergman.

El séptimo sello. La jocosa escena del escudero y el marido celoso...





Mayo 22, anochecer… Otro día complicado. A mamá vuelve a subirle la tensión. Debemos tomarle la tensión varias veces al día y llevar un registro para luego presentárselo a su doctora. Hoy leían mis amigos y no he podido acompañarles. Era la lectura a la que no quería faltar. Alguien nos ha estado escamoteando el tiempo. Estómago revuelto desde hace varios días, es increíble la cantidad de personas que me confiesan estar sufriendo de la misma pena. El país entero sufre de disentería. Más tarde, en la noche, jubilación, morosidad, enquistamiento, silencio, voces, lecturas dispersas. Ha llegado mi hora. La única en la que puedo explayarme a ser sin más.

Mayo 23, madrugada - amanecer… Pretendo escribir algo y recopilar algunos textos con motivo de la desaparición de Otto. Transcribo la dedicatoria:

A mi amigo de la niñez,
Otto Limongi,
arrebatado a la tierra
ante la mirada del espejo
que da hacia la vida
y restituido al polvo,
al matrimonio de cenizas
con la tierra que enrostra
al lado del espejo
que mira hacia la muerte…

anochecer… Me acerco al Celarg, a ver si hoy puedo ver a Gonzalo. Amparo ha viajado a Mérida donde dictará un taller durante el sábado. Me ha sido imposible volver a verles desde el miércoles. La sala está repleta a más no poder. Ha sido el día de mayor convocatoria. Hoy es el turno de los poetas del caribe. Mucha gente tuvo que quedarse afuera, yo entre ellos. Logro entrar a la lectura del último poema de la última participante. Al concluir, me encuentro con algunas añejas amistades. Un par de amigas me miran con silente sonrisa, cruzamos un beso. Tiempo sin vernos. Breves palabras. Nos despedimos. Evidentemente, les parece un contrasentido el que yo haya osado asistir a esos espacios. Ellas son, ahora, lo que podemos denominar funcionarias y defensoras de lo que el oficialismo llama “revolución”. Ni siquiera envían sus saludos a Yineska, como sin duda habrían hecho en el pasado. Acaso estén ofendidas o sentidas conmigo porque yo, muy de cuando en cuando, me tomo el trabajo de publicar mis opiniones. Y vuelvo a lo dicho días atrás. ¿Cuál es la razón para que uno deba concederle primacía a la volubilidad de las opiniones personales antes que al culto del entendimiento y a la amistad sin más? De Gonzalo no tengo rastros, andará ocupado con los compromisos del festival. Le dejo un mensaje en el hotel, pues previamente habíamos acordado que el sábado le presentaría a un amigo y excelente librero.

noche tardía… comienzo a poner en orden estas notas. Es viernes y resulta una bendición que pueda sentarme en la biblioteca para leer y pensar. Reviso un reciente asomo de poema, escrito, como suelo hacer, en lo primero que tuve más a la mano, esta vez la contratapa del libro Días ejemplares de América, de Walt Whitman, libro que he estado paseando junto a otros desde que publicara la glosa del 22 de marzo en mi blog. Espero, como prometí en aquella nota, dar pronto una noticia de éste y de los otros libros a que hice mención aquella noche.

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Edición de Los libros de Plon. Barcelona, España, 1980.
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Mayo 24, amanecer… Me levanto relativamente temprano. Me he fugado de la casa, sigilosamente, cuando todos duermen. Me encuentro con Gonzalo, vamos a la librería Estudio. Pasamos unos breves pero agradables momentos con otro amigo, Javier Marichal. Grata conversa. Claro que Gonzalo tiene un interés, como es el de que los libros de Común Presencia, su sello editorial, puedan distribuirse en Venezuela y ésa es una de las razones por las que quiere conocer a gente del medio. Pero ello no le resta interés a la conversa, al contrario, salen a relucir una serie de tópicos desconocidos para mí. Luego nos vamos corriendo al Celarg, porque habrá una lectura del poeta a que hiciera mención días atrás, Breyten Breytenbach. Llegamos al hall del Celarg y tan sólo somos unos cuatro los asistentes, Breytenbach, el catire Hernández de Jesús, Gonzalo y yo. Salimos, los últimos tres, a tomar un jugo de naranja, para hacer tiempo y a ver si llegan más personas a la lectura. Conversa ligera, rememoraciones, alguna que otra escaramuza de las que acostumbra el catire con su ritual jocosidad. Me toma el pelo, me llama escuálido. Le regalo un ejemplar de Cuadernario y otro de Contracorrientes. Casi no me da tiempo para dedicárselos. Diría mi padre: la prisa es plebeya… Al regresar me consigo con un joven que, si no recuerdo mal, labora en las prensas de Equinoccio, editorial de la Universidad Simón Bolívar, fuimos presentados en la Librería Lectura. Conversamos sobre la antología de poesía norteamericana que realizaron Coronel Urtrecho y Ernesto Cardenal y que Monteávila ha reeditado. Es una de las primeras que compré y leí (Editorial Aguilar) y sigue siendo de mi agrado, a pesar de no ser bilingüe. El precio es verdaderamente solidario. Gonzalo se lleva un ejemplar. Un poco antes de la lectura, tuvimos la oportunidad de conversar brevemente con Breytenbach, a quien Gonzalo me presenta. Es una persona sencilla que no da la impresión de serlo, hablar pausado y rítmico, apuntado en las imágenes, sutilmente irónico. Nos cuenta de las clases que, a manera de taller, imparte en una Universidad de Nueva York, las que incluyen reuniones privadas con los asistentes a esos cursos en los que, por cierto, no se permiten más de doce participantes. Nos pregunta si acá se dictan cursos o talleres de poesía y, si es así, sobre cuáles son las condiciones en que se realizan estas actividades. Nos habla de sus correrías por el globo. Es un viajero, más bien, un nómada. Pasa la mayor parte de su tiempo en Senegal y buena parte en regiones de Cataluña, sobre todo, entre Barcelona y Gerona. Hubiera sido interesante que conociera a Luis Alberto Hernández y escucharles conversar sobre nomadismo. La lectura de sus poemas resulta algo reconfortante para una agitada semana en la que el tiempo ha sido encadenado como Prometeo y condenado a ver sus vísceras eternamente devoradas por los buitres. La lectura fue a dos manos. Personalmente, a pesar de la abnegada sinceridad del joven a quien le tocó leer sus textos en español, creo que muchos de los allí presentes (al final, sólo unas veinte personas, toda una bendición) hubiéramos preferido que el propio Breytenbach hubiese leído sus textos, primero en inglés y luego en español, idioma que domina mejor de lo que él mismo afirma. Antes de entrar, Breytenbach nos dijo que él escribe primero en afrikáans y que luego “traslada” el texto (usó esta palabra) al inglés u otra lengua. La única pregunta que le hice fue, antes de entrar a la sala, si cuando lee en voz alta, en inglés o en español, experimenta la misma conexión que siente cuando lo hace en su lengua materna o si siente las resonancias de cuando escribió el poema. La respuesta fue elusiva, no ex profeso, pues se quedó saboreando un rato un pensamiento y me parece que quiso guardarse la respuesta para sí. La lectura de sus textos fue coronada por la amena charla que Breytenbach mantuvo con el público asistente. Le hicieron muchas preguntas. Una de ellas le llevó a hablar de la cárcel que sufrió en Pretoria, cuando el régimen racista de minoría blanca le acusó de terrorista. Apuntemos que los ancestros de Breytenbach son arios y que su piel no puede ser más característica de las razas blancas, oriundas de la Europa Occidental. Otra culpa: se había casado con una dama de origen vietnamita. ¡Semejante extremismo! Al final, cuando le preguntan sobre lo que piensa que hay que hacer para combatir al basilisco del imperialismo que se abate sobre nuestras humanidades, él sutilmente declara que toda África vive uno de los momentos más convulsionados de su historia, que la predicación de la violencia es un mal que se ha agravado enormemente en los dos últimos años. Y que él, como muchos, piensa que hay que venir a nuestra tierra, para aprender de lo bueno que está sucediendo aquí pero, también, para aprender de nuestros errores, pues “no todo lo que pasa acá es bueno”. Con ello cerró la conversa. Adrede, habíamos evadido tocarle el tema de extrema violencia que se ha suscitado en estos días en su país de nacimiento, Sudáfrica, donde los desplazados han cometido una ola de asesinatos en contra de extranjeros que han obtenido algún puesto de trabajo. Es un tema sumamente arduo y no quisimos amargarle la vida al caballero.

mediodía - atardecer… Complazco a Gonzalo y sigo jubilado de la casa. Subimos a la imponente montaña del Ávila por el teleférico, pues es una deuda que Gonzalo tiene desde hace muchos años y él parte mañana a Bogotá. Se queda maravillado con la vista. Desafortunadamente, no estaba claro el cielo hacia el norte y no pudimos ver el mar, como puede hacerse en días despejados. Le invito a beber algo y conversar. Conseguimos un estupendo sitio, una barra cuya vista da hacia Caracas, en lugar de a una despensa repleta de botellas. Gonzalo utiliza una maravillosa expresión para nombrar ese sol velado por las nubes, figurando una lejana moneda de plata: sol de hielo. Claro! El es bogotano. Finalmente podemos relajarnos y conversar sin motivo ni dirección, cual veletas que se lleva el viento, esencia de toda conversa. Nos referimos muchas anécdotas, compartimos lecturas, nos regalamos aquellos pensamientos que se nos han fijado en el tiempo y que la memoria rescata cuando queremos dar un obsequio verbal a un amigo. Nuestra común admiración por Nietzsche sirve de hilo conductor a la conversa, así como la frase no hay tal lugar con que Quevedo tradujo el término utopía. También nos apoyan Reyes, Borges y otros más. Le prometo un libro de nuestro querido Juan David García Bacca, a quien Gonzalo no ha leído. Me revela que Antonio Gamoneda, a quien fue a visitar y a entrevistar en España, le soltó esta sugerente frase: la dulzura es lo único inderrotable. Me habla de la inminente aparición del Nro 19 de la Revista Común Presencia, próximamente en Bogotá y desde ya lamento no poder acompañarles. Común Presencia es una estupenda revista que Amparo y Gonzalo sacan con las uñas desde hace ya unos 19 años. Creo que la intención original es que fuese de aparición semestral, pero como toda acción civil sin fines de lucro, se hace cuesta arriba el logro desinteresado aunado a la calidad. Común Presencia ha logrado subsistir a lo largo de los años. En sus páginas han entrevistado a intelectuales y artistas de todo cuño, filósofos, poetas, narradores, pintores, escultores… Cioran, Ramos Rosa, Guayasamín, Baudrillard, Eugenio Montejo, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Casimiro de Brito, Roberto Matta, Saramago, Sábato y muchos más… Tienen una página o blog en el que cualquiera puede ir a leer sus contenidos y ya que me encuentro haciendo esta referencia, opto por dejar sus señas: (http://comunpresenciaentrevistas.blogspot.com/)
Bajamos a Caracas al atardecer. Le dejo en el hotel. Tal vez nos veamos más tarde, sin presiones, dependerá de lo que nos provoque. De camino a casa, me llama mi hijo. Esta tarde le han dado la noticia de la muerte de un amigo, un joven de apenas 17 años. Esta semana ha estado signada por la gran enemiga del hombre, en las tres etapas de la vida, senectud, madurez y flor.
noche… Acompaño a Sebastián al velorio del amigo. Según me refiere, el joven fallecido le confiaba, de cuando en cuando, los avances que iba haciendo con una historia que estaba escribiendo. Intento dejarle un mensaje a Gonzalo. No podré ir. Tampoco pude despedirme.

Mayo 25, noche profunda, amanecer… lecturas de vigilia en el baño, como suelo hacer desde que tomé gusto por la lectura. Releo el Elogio de la ociosidad, de Russell, algunas páginas de Tipos de Poder, de James Hillman, Haiku de las Cuatro Estaciones, de Matsuo Basho y algunos de los breves ensayos de García Bacca, en la estupenda antología de Fundación Cultura Urbana (Tomo I). Entresaco, como una cortesía para Gonzalo, unas citas de un libro recientemente adquirido: las Notas de Tautenburg de Friedrich Nietzsche, fragmentos póstumos que corresponden a los días de su intensa y efímera relación con Lou Von Salomé. Es sencillamente conmovedor. Según refiere el traductor, José Luis Puertas, algunos aforismos (acaso los iniciales) fueron comenzados por Lou Von Salomé y completados por Nietzsche. Luego, leo en voz alta un texto mío. Cada cierto tiempo me ataca una necesidad de confrontarme. Leo en voz alta lo escrito, como si se tratare de alguien a quien desconozco. Durante la tarde, visitamos a un cuñado, para conocer su nueva madriguera.
Algunos notas de Tautenburg, parte tercera, Verano-Otoño, 1882…
* Sólo creería en un dios que supiera bailar.

* Quien siente la falta de libertad de la voluntad es un enfermo mental: quien la niega es un estúpido.

* Lo que se ha hecho por amor no es moral, sino religioso.

* “Sé al menos mi enemigo”: así habla la verdadera veneración que no se atreve a pedir la amistad.

* No se mata por la cólera, sino por la risa.

* Dar a cada uno lo suyo: eso sería querer la justicia y alcanzar el caos.

* Cuando cinco personas hablan juntas, siempre hay una sexta que debe morir.

Editorial Bibiloteca Nueva, S. L., Madrid, 2003


medianoche… Nuevamente, en la biblioteca desde hace un par de horas. Llega mi hijo, bastante afectado. Hoy quise dejarle en la exclusiva compañía de sus amigos. Luego del sepelio y la despedida del compañero en el cementerio, se reunieron varios de los amigos hasta medianoche. Me encuentra escribiendo estas notas. Pide ayuda sin mediar palabra. Y yo le pido que vaya al baño de mi cuarto, que busque en la ventana un libro y que lo traiga, es un libro gris con el dibujo de un monje en la portada, El Libro de Horas, de Rilke. Le selecciono dos textos, quizás nada consoladores y, sin embargo, los únicos que podrían resultar consoladores. Le digo que si algo me ha preocupado en la vida es que aquellos a quienes quiero, como a él, puedan vivir una vida plena de agradecimiento, de encuentro con la naturaleza, que no hay muchas cosas que me parezcan más importantes que el hallar la felicidad generada en la comunión con las cosas sencillas y pocas veces vistas por nuestros atareados ojos. Se va. Lee los textos. Vuelve. Me da un abrazo y se va a dormir. Al día siguiente me dirá que le ha tocado hondamente aquella frase de Rilke que habla de la muerte que “no madura” en las gentes. Reproduzco por puro gusto esos poemas. Habría que volver a ellos de cuando en cuando…

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Del Libro de la Pobreza y de la Muerte (Libro tercero)

Porque, señor, las grandes ciudades
están perdidas y disueltas;
una huída ante llamas parece la más grande,
y no hay consuelo que las consuele
y su corto tiempo se escurre.

Allí viven humanos, viven mal y difícilmente
en cuartos hondos con gestos angustiosos,
más atemorizados que un rebaño
y afuera, tu tierra respira despierta,
mas ellos existen y ya no lo recuerdan.

Allí crecen los niños en alféizares
que siempre se quedan en la misma sombra,
y no saben que afuera llaman flores
para un día pleno de espacio, dicha y viento,
y tienen que ser niños y son niños, tristemente.

Allí se abren doncellas como flores a lo desconocido,
y añoran la paz de su infancia;
pero no existe aquello por lo cual ardían,
y temblorosas se vuelven a cerrar.
Y en ocultos cuartos de trastienda
pasan sus días de maternidad desilusionada,
los gemidos abúlicos de las largas noches,
y años fríos sin lucha ni fuerza.
Y en completa oscuridad están los lechos mortuorios
y poco a poco van añorándolos,
y mueren lentamente; mueren como encadenadas
y se apagan como mendigas.

* * *












Allí viven humanos, blanca y pálidamente florecidos,
y mueren del mundo difícil, asombrados.
Y nadie ve la muerte abierta
en que se deforma la sonrisa de una delicada raza
en noches sin nombre.

Andan por ahí, degradados por el esfuerzo
de servir sin valentía a cosas sin sentido,
y sus vestidos se marchitan sobre ellos
y sus bellas manos envejecen temprano.

La multitud presiona y no piensa en ser indulgente
a pesar de ser indecisos y débiles,-
sólo perros esquivos, sin morada,
los siguen silenciosos durante un rato.

Ellos están entregados a cien torturadores
que les gritan cada vez que dan la hora,
circulan solitarios alrededor de hospitales,
y esperan angustiosos el día de su ingreso.

Allá está la muerte. No aquella cuyos saludos
los había rozado extrañamente en la infancia,
sino la pequeña muerte, como se la entiende ahí;
la suya propia cuelga verde y sin dulzor
en ellos como una fruta que no madura.

* * *
De la traducción y edición de El Libro de Horas, de Rilke, ya he hablado previamente en este blog. Fue editado en la prensas de la UCV, con rigurosa traducción de la profesora Yolanda Steffens, quien se apoyó en las asesorías de la gratamente recordada profesora Lotte de Vareschi y el poeta Rafael Cadenas.
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Ma/Rilke. Montaje de Theatre Mali basado en la correspondencia cruzada entre Marina Tsvetaeva y R. M. Rilke. Cartas del verano de 1926, publicado por FCE, recoge las cartas cursadas entre Boris Pasternak, Tsvetaeva y Rilke.




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Mayo 26, noche… breve y amenísima reunión con Amparo, en el Lobby del Alba. Nos tomamos unos tragos. Nadie repara en el aleccionador discurso del presidente que repoduce una pantalla de plasma. Amparo estuvo en Mérida impartiendo un taller y parte mañana para Bogotá. Así que voy a visitarle un rato para dejarle unos obsequios, añeja costumbre hoy algo extraviada, una talla de madera de los andes venezolanos que le ofreciera Yineska y un par de libros, el de García Bacca que le prometiera a Gonzalo y para Amparo el cuento La infancia del mago, de Herman Hesse, con los dibujos de Peter Weiss, en versión bilingüe. Me decidí a regalarle ese libro porque, aparte, de la calidad intrínseca del libro como tal, es improbable que lo tenga. Es una bella edición de Oscar Toddman Editores. Me contenta saber que tiene muchos proyectos en ciernes. Subimos a buscar un mantón que le prestó Yineska cuando estuvo en casa, en noche de frío como no había acaecido desde las frías noches de las navidades pasadas. Nos encontramos al catire en los pasillos. Deducirá que soy la sombra de mis amigos colombianos. Pero él, según mi parecer, ha sido una inseparable y benéfica sombra del evento. Ha sido él, a mi entender, el catalizador humano entre los poetas asistentes al festival pues, aunque fueron pocas las veces que he asistido a los eventos del festival, en todas le he visto aquí y allá, presentando gentes, mediando, conversando, entrevistando, fotografiando e impulsando la publicación de algunos de los poetas invitados, creo que Breytenbach entre ellos. Y para decirlo con palabra que invoca a ser superior, ojalá y un día regrese a estas tierras la concordia y puedan verse a las caras no sólo los poetas, sino propios y extraños, sin que medie en el ambiente el préstamo de las posturas.

Como dijera Fernando Pessoa, por mano de Álvaro de Campos:

¡En cuántas cosas prestadas voy yendo por el mundo!
¡Cuántas cosas que me prestaron conduzco como mías!
¡Cuánto de lo prestado, ay de mí, yo mismo soy!

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Fernando Pessoa, Antología de Álvaro de Campos, Editora Nacional, Madrid, 1978.
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Continuará, espero...


viernes, 23 de mayo de 2008

Fragmentarias de Albert Einstein.









Fragmentarias de Albert Einstein.

La mente intuitiva es un regalo sagrado y la mente racional es un sirviente fiel. Hemos creado una sociedad que honra al sirviente y ha olvidado el regalo.

Lo maravilloso es que el ejercicio moderno de la enseñanza no haya ahogado por completo la sagrada curiosidad por investigar, pues esta delicada plantita, además de estímulo, necesita, esencialmente, de la libertad, sin la cual perece de modo inevitable.

Cuando las leyes de la matemática se refieren a la realidad, no son ciertas; cuando son ciertas, no se refieren a la realidad.

Cuando un hombre se sienta con una chica bonita durante una hora, parece que fuese un minuto. Pero déjalo que se siente en una estufa caliente durante un minuto y le parecerá más de una hora. Eso es relatividad.

Dar el ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás; es la única manera.

El hombre encuentra a Dios detrás de cada puerta que la ciencia logra abrir.

El misterio es la cosa más encantadora que podemos experimentar. Es la fuente de todo arte y ciencia verdaderos.

Hay dos cosas que son infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy tan seguro.

La imaginación es más importante que el conocimiento.


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Albert Einstein