Vistas a la página totales

miércoles, 12 de diciembre de 2007

CRÓNICA DEL RETORNO / NOTAS PARA EL FORO "BANCO DEL LIBRO, UNA MIRADA DESDE AFUERA." / ESCRITO AL REVERSO DE UN BOLETO DE AVIÓN / La calle de los baños con danzones de fondo, Ciudad de México.











He Vuelto. Llevo varios días en mi ciudad, deambulando, en lo que se puede, de manera silente. Dando la cara a aquello a lo que hay que dar la cara (los albañiles que se quedaron trabajando en casa, por ejemplo). Forzoso me ha sido el permanecer enmudecido, el buscar rincones en el aire, senderos en la luz de cada jornada, para recuperar mi esencia. Aún estoy exhausto, ahíto. Debo recuperarme del barullo y de la prisa; la prisa de los otros, la del afuera, la mía propia. Estuve en Guadalajara y confirmo lo que me habían dicho, Guadalajara es un regalo para el corazón y su feria del libro una fiesta, aun a despecho de haberme lucido también como una desmesura. Es, lo decía yo en sus callejuelas, un país de nueve días en el que algunos quisiéramos vivir eternamente. Caminando por sus calles y avenidas, deteniéndome en algún recoveco, sólo para buscar mi centro, recordé los frescos babélicos de las imaginerías Borgianas. Y si es cierto que gocé la fiesta de la palabra, si es cierto que sentí algo cercano a ese estado de felicidad que siempre me ha deparado la cercanía a los libros, no lo es menos que igualmente padecí el vértigo que nos producen nuestras experiencias con las desmesuras. Fui en representación de una editorial y como nunca he rehuido el combate ante los llamados de una responsabilidad compartida, laboré pues. Mi amigo Bernardo habrá de pensar que esta cabra se le ha escapado con la cabuya en la pata, pero no es así, ya me pondré a derecho. Alterné el gusto con el oficio, empresa para nada titánica cuando lo que a uno le mueve es el corazón y el culto por la palabra. Pero presumo que el tiempo se ha dejado engatusar por el hombre. Me ataca una sensación de desmesura cuando me percato de que habito una ciclópea ciudad provisional, amén de que no podré llegar a tiempo, por más que luche -como un denodado mensajero imperial desenterrado de un cuento kafkiano- contra la corriente humana, para escuchar lo que Carlos Fuentes tiene en obsequio para algunos afortunados escuchas. O acaso resulte que, a esa misma hora, quería ser partícipe de lo que tenían que decirme unos chamanes de Chiapas, palabras que quedaron flotando en el aire y que acaso llegarán a mí por alguna fortuita encrucijada del destino. Mi ser tuvo la fortuna de ser testigo, gracias a uno de mis contadísimos y prevenidísimos escapes, de ese abrazo que una amistad a toda prueba tuvo a bien de darse en público. Les confieso que el presenciar a Álvaro Mutis y a García Márquez sentarse el uno junto al otro, con la llaneza de una amistad que no se ensalza, pero que sí sabe relamerse como una gata entre sus piernas, me enjugó los ojos e hizo que un estremecimiento recorriera mi médula espinal. Ex profeso no había llevado mi cámara. Tan sólo quería ser un testigo presencial de la amistad. No se trata de ciega adoración. Sucede que allí, frente a un público algo frenético y ante no menos de quinientas cámaras, desde las de los celulares personales hasta las de los más reputados medios de todos los continentes, estaban sentados dos exponentes de aquello que antaño se denominaba con la sencilla palabra de humanismo. Ejemplo para las cada vez más numerosas oleadas de intelectuales que parecen ser unos estrictos censores o vigías al servicio incondicional de las posturas ultraístas que, contra viento y marea, predican los fraudulentos artificios de la política. Un escritor puede tener una postura política. Pero ello no irá en desmedro de su condición de ser humano. Antes de ser un abnegado demócrata, un denodado comunista o un convencido socialista, un escritor ha de ser primeramente, un ser humano. Y eso son a carta cabal Don Álvaro y Don Gabo, a despecho de ciertas declaraciones que, de parte y parte, pudieran en algún momento hacerles lucir “comprometidos” ante aquellos que insisten en dar predominancia a los jabonosos embates de la política, antes que a las personas de carne y hueso. 


Por lo demás, debo decir que mi viaje estuvo plagado, desde el vamos, de lo que Jung llamaría una marea de placenteras “sincronicidades”, desde aquella afortunada amistad entablada en las butacas del avión, lo que fue un verdadero y auspicioso regalo hasta el encuentro con Cissi y Felipe en DF. Pero de ello no voy a hablar por los momentos. Todos recibimos regalos de continuo, minuto a minuto, pero es menester que el espíritu se reserve siempre algo para sí.


Bueno. No me extenderé mucho más. Añado más abajo un escrito que tuve que esbozar en tiempo record y en medio de la multitud, para un foro en salutación por la trayectoria del Banco del Libro y para conmemorar su reciente distinción con el prestigioso premio Astrid Lingreen en Suecia. Me avisaron con escasas horas de antelación, dado que dos de los invitados originales, no pudieron volar a Guadalajara. Me tomé el atrevimiento de aceptar porque, sopesándolo muy bien durante algunos minutos, me di cuenta de que la del Banco del Libro es una de aquellas experiencias de las que los venezolanos podemos sentir algo de recatado orgullo. Además, a mí siempre me ha seducido el escribir en medio del bullicio, sobre todo el que se cultiva en las taguaras, polleras, areperas y afines, a los que no acostumbren ir personas conocidas. Razón por la que aprovecho para cerrar con un texto escrito en uno de esos recintos hace algunos días.

Salud!
lacl
Las fotos de arriba corresponden a tres vistas de la ciudad de Guadalajara, madrugada y amanecer...


29 de Noviembre de 2007, 3:00 am


Contados han sido los momentos de reposo de que he podido disfrutar durante las jornadas de la asombrosa feria del libro de la bella y hospitalaria Guadalajara, pero quiero hacer un punto y seguido en mi itinerario, para regalarles un texto que tuve que bordar ligeramente, dado el breve margen de tiempo -unas cuatro horas- con que se me notificó de la invitación a participar en un foro con motivo del prestigioso premio Astrid Lingreen que, recientemente, fuera concedido al Banco del Libro en Suecia. El foro llevaba por título Una mirada desde afuera, pues lo que se pretendía era obtener el testimonio llano y sincero de algunas personas que no perteneciesen a dicha asociación. Debo reconocer que para esbozar mis palabras tuve que, aéreamente, revisar mis puntos de vista (lo que no es un problema cuando no se profesan dogmas encarcelados) y que ello me llevó a cometer un pecado parafrasístico para lograr expresar mis pensamientos. Las líneas siguientes son las que escribí.


Salud!

lacl

NOTAS PARA EL FORO BANCO DEL LIBRO, UNA MIRADA DESDE AFUERA.

Buenas tardes,
Quisiera comentarles, antes de comenzar mi intervención, que si yo estoy sentado acá junto a este apreciado panel, no es por razones de amiguismo, sino por una razón de amistad y del maravilloso azar. La amistad nace en el corazón y, como acostumbraba a decir mi padre, ella es la madre del amor.

Bueno. He sido invitado acá para que conversemos un poco acerca del Banco del Libro y, como el título de este foro indica, vamos a hacerlo con una mirada desde afuera. Es desde esta perspectiva que yo, como venezolano puedo y voy a hablarles.


Parece mentira que el Banco del Libro esté próximo a cumplir el medio siglo de hacendosa y gratificante vida. Lo que en los años sesenta nació como un centro de canje de libros, es hoy una de nuestras más robustas experiencias de lo que significa crear una morada para dar albergue a lo que los humanistas bautizaron como “bon comun”.


Una de las primeras palabras que me vienen a la mente, cuando hablamos de bien común, es abnegación. Otra es desprendimiento, entendida como una ausencia de intereses personales, o mejor, personalistas. Otra, acaso más oculta, es responsabilidad. Me refiero al sentido de responsabilidad que ataca a todo ser que se siente incapaz de hacer la vista gorda ante los actos de barbarie o de injusticia que signan a la especia humana.


Esas tres palabras, más que nociones, representan bienes del espíritu. Sin el concurso de esos bienes, en cada uno de los pechos de quienes a lo largo de décadas, desinteresadamente ofrecieron su cuota de laboriosidad, el Banco del Libro no sería esa casa grande y abierta al ciudadano que es hoy. En un mundo en el que una alocada noción del tiempo y en el que no pocas gestiones estatales tienden a empañar o borrar el territorio del ser humano en tanto que milagrosa individualidad, es laudable ser testigos de tanta gente luchando para llevar a todos los rincones un mensaje de esperanza.


En 1999, Venezuela padeció uno de los más terribles desastres naturales que quepa imaginar. Un deslave de la cordillera del litoral central prácticamente borró poblaciones enteras del estado Vargas. Nadie es capaz de cuantificar la magnitud en pérdidas humanas. Desde todas partes del mundo comenzaron a llover ofertas de ayuda humanitaria que, desde luego, todo venezolano supo agradecer. Enseres, alimentos no perecederos, lencería, ropa, zapatos. Pero fue mucha la gente que no sólo perdió sus casas, sino a toda una familia. Niños huérfanos, abuelos desamparados de la noche a la mañana, mujeres clamando por hijos que un alud de aguas dulces y peñascos arrebató en su huída hacia las sales del mar. Y, como si fuera poco, la violencia de oportunistas homicidas, ladrones, violadores sobre los indefensos. Acaso esas sean heridas que nunca llegarán a cicatrizar. Y es obvio que hará falta algo más que latas de conservas para darle acogida al corazón. Y allí estuvo el Banco del Libro con su Leer para vivir, trabajando con las comunidades, sembrando no solamente la esperanza, sino herramientas para el vivir; abriendo horizontes a gentes a quienes de pronto se les había cerrado el mundo. Y ésa es tan sólo una de las naves que, con buen viento, parte desde ese puerto que es el Banco del Libro.


En los años de amistad con que me ha honrado Carmen Martínez, una más de quienes coparticipan de ese bella empresa que es el Banco del Libro he sido testigo de lo que verdaderamente es el trabajo de campo, la acción civil fundada en los valores del espíritu de que hablaba al principio: abnegación, desprendimiento, responsabilidad. Pero quiero hacer hincapié en el tercero de ellos. Pues abnegación y desprendimiento necesitan apoyarse sólidamente en un sentido humano de responsabilidad compartida. No olvidemos que hay gentes que conciben al ser humano como algo ajeno a sus vidas, viven bajo la prédica de una responsabilidad limitada con respecto a la humanidad. Quizás tendríamos que preguntarnos si sus almas no han sido pasto del padecimiento que Jung denominó como la vida no vivida.


Y, para cerrar, me apoyaré en la paráfrasis de unas palabras esbozadas en mayo de este mismo año.


Quisiera regalarles un hermoso y sugerente aforismo de Juan Ramón Jiménez:


“…el poeta es, ante todo, responsable…”


frase cuya parquedad y sencillez construyen una sonoridad plena de sentido. A mi parecer sintetiza palmariamente las consideraciones que tan bellamente expusiera Elías Canetti en un discurso pronunciado en Munich en 1976, el cual lleva por título “La profesión de escritor”. En aquella memorable ocasión, Canetti, no sin antes de haber ironizado en torno a una manida y artificiosa noción de escritor, enunciaba una frase ante la que uno no puede más que solidarizarse:


“…lo cierto es que, hoy en día, nadie puede llamarse escritor si no pone seriamente en duda su derecho a serlo…”


Y, no es una casualidad, luego da ilación a su discurso desovillando los hilos de la palabra responsabilidad. De sus palabras se desprende que un escritor no puede llegar a consumarse como tal, si no asume y, es más, padece, su responsabilidad para consigo y para con un mundo que se encuentra en franca disolución, en virtud de la irresponsabilidad de la humanidad de la que él forma parte.


Y con respecto a bien común, a acción civil, a empresas tales como las que el Banco del Libro ha desarrollado desde 1960, yo voy a extrapolar las palabras de Canetti pues, en un mundo signado por la barbarie y la crueldad, en el que los valores espirituales de la humanidad hacen las veces de cenicienta y cada vez van más a la zaga de lo pecuniario y desalmado, voy a decirles que nadie debería hoy llamarse ser humano si no pone seriamente en duda su derecho a serlo. Y acaso la desinteresada acción civil, y ¿por qué no? la poesía, sirvan de espuelazo a esa perentoria indagación.


Luis Alejandro Contreras



El Banco del libro ha tenido la gentileza de publicar estas glosas en su página web: http://www.bancodellibro.org.ve/portal/index.php?option=com_content&task=view&id=689








Galería de México, algunas fotografías...








































Fotos: 1. Luna de Guadalajara. 2. Una espectacular pareja de baile en el Veracruz. 3 y 4. Con mi amiga Carmencita Martinez, bailando en el Veracruz y haciendo honores al mote que mi señora me ha endilgado: el chinadientes. 5. María Beatriz Medina y Carmencita Martínez, el Veracruz. 6. Sara Maneiro, en el Veracruz. 7 y 8. El grupo TAMBO, digno representante de Colombia en la FIL. 9, 10 y 11. Ya en la capital, en el Templo Mayor, ombligo de México 12. El más hospitalario de los baños, en el DF, está al salir de un recorrido por el templo mayor y del Museo Arqueológico de la UNAM. Ofrece, a unas tres cuadras de distancia, los bellos danzones de Arturo Núñez, al tiempo que le pone sordina a cualquier ruido indecoroso de parte de la clientela... 13. Ariadna abandonada en las calles de México. 14, 15 y 16. El cartero tuvo a bien entregarme una misiva firmada por Oliverio Girondo. 17. Felipe Acevedo con su trío, en el DF. 18. FIL Guadalajara, Foro El Banco del Libro: una mirada desde afuera. De izq a dcha Aldana, Dearden, Barvo y Contreras, tomado del portal del Banco del Libro (http://www.bancodellibro.org.ve/portal/index.php?option=com_content&task=view&id=686&Itemid=402)


La calle de los baños con danzones de fondo, Ciudad de México.




Y un danzón del referido Arturo Nuñez 







Y al llegar a casa...
08 de Diciembre de 2007, mediodía.
ESCRITO AL REVERSO DE UN BOLETO DE AVIÓN

Hoy he pasado uno de los momentos más felices, por conmovedores, de mi vida.


Estoy derrotado.


Nada como la puntual comparecencia de la amiga derrota, para brotarle nuevos a la vida, como retoños. Me había sentado frente a un intratable trozo de carne, afortunadamente acompañado por una ración de yuca proveniente de los huertos celestiales.


Arrastrado por la resaca.


Sensación de vacío toráxico.


¿Adónde se me habría ido el alma durante la noche?


Porque es el alma la que parte en postas cuando abrimos los ojos para constatar que la miseria sigue allí, al otro lado de los sueños que la noche había bruñido entre copas y abandonos.


Pero sucede que la inocencia me devuelve al fango, no para degradarme, sino para confortarme, para irradiar calor en torno a mi presencia, para arrullarme en su seno de diosa silente, oculta en los elementos.


Vacío toráxico y frío en el plexo tratados de paliar con una buena ronda de tercios más fríos aún.


Es un amplio y desértico restaurant, ubicado en uno de las menos recordables rincones de Caracas; un camposanto, por lo silencioso y deshabitado del recinto. En el ala central se despliega, en L, una larga hilera de mesas dispuestas para un banquete, cuyos indicios me llevan a intuir que se trata de una festividad para celebrar un acto de primera comunión.


Entré allí porque mis riñones estaban desesperados por exhalar el llanto contenido de la noche anterior.


Soledad, vacío y derrota me invitan a la mesa. No rehuyo el convite. Tienen las resacas algo de conciliador.


¿Si estoy derrotado por qué voy a ponerme pretencioso o exigente? ¿Tengo derecho a requerirle a la vida que complazca el más nimio de mis caprichos y, digo más, necesidades? No está en mi 


tesitura tal desplante, prefiero plantarme en una silla, ante una mesa y pedir (o esperar) lo que los hados tengan reservado para mí.


Estoy derrotado.


Nada como la comparecencia de mi amada señora para congraciarme con mi extraviada pequeñez, mi miserable jornal de vida, mi condición de ave de paso.


Los comensales comienzan a llegar. El padre de la víctima (ella es una niña hermosa que sonríe como una amapola abierta al cielo) está tan desubicado y fuera de sí, que no parece estar allí, en donde sus pies se posan, está en cualquier lugar menos allí.


De pronto, ante mí, se detiene otra niña más pequeña (había llegado un poco antes que la víctima expiatoria). Me desnuda con sus ojos y me regala la sonrisa más cristalina que recuerden mis retinas.


Es un pacto. Es la inocencia. Es el legado. Es el secuestro.


Que vivan las derrotas.


(lacl)